Historias de caballos y hombres

Crítica de Martín Escribano - ArteZeta

AMORES EQUINOS

¿Pero cómo? ¿En Islandia se hace cine? Claro que sí, y del bueno. Pocas veces podemos disfrutarlo en pantalla grande y cuando lo hacemos suele ser con algunos años de delay. Nói Albínói (Noi, el albino) y Den brysomme mannen (El inadaptado) tuvieron un paso fugaz por las salas argentinas en 2006 y 2008 a pesar de haber sido estrenadas en su país de origen en 2003 y 2006 respectivamente. Hross í oss (Historias de caballos y hombres)no es la excepción, ya que se trata de un título de 2013 que llega casi dos años después.

Historias de caballos y hombres es eso: un conjunto de anécdotas que comparten los bípedos y los cuadrúpedos en una pequeña comunidad rural de la remota y extrañísima Islandia. Con diálogos mínimos y planos prodigiosos que van del pelaje de los caballos hasta exteriores magníficos, el actor devenido director Benedikt Erlingsson, de antecedentes cuasi nulos (apenas un cortometraje), filma con asombrosa desenvoltura la espectacularidad existente entre hombre y animal.

En la tierra de Björk todo se torna insólito… como el sonido del trote de los caballos que en nada nos recuerda al que estamos acostumbrados a escuchar en películas históricas o en westerns. Es un detalle aparentemente menor pero que hace al tono de film. Durante ochenta minutos percibiremos esa extrañeza. Cómica y dramática, tierna y cruel, con pasajes en islandés, sueco, inglés y español y paisajes fértiles, marítimos y desérticos, Historias de caballos y hombres forma parte del grupo de películas inclasificables.

Si en Amores perros las bestias se parecían a sus dueños, aquí no solo se parecen sino que se necesitan y hasta se confunden, pues en la endogámica comunidad donde la vida, la muerte, la sexualidad, el vicio, la supervivencia, el juego y la competencia están mediadas por los caballos no faltará la vecina yegua que mire con envidia a la que se queda con el semental o el joven rocinante que posa los ojos en la montura más bella.

Ganadora en un puñado de festivales entre los que se cuentan Tokio y San Sebastián, que la extraña ópera prima de Benedikt Erlingsson tenga su acotado estreno en salas argentinas (apenas 13 salas en todo el país) es en sí mismo un suceso extraño que merece nuestra atención. Desde el primerísimo primer plano con el que empieza esta narración (de a ratos semidocumental) hasta el último plano general que bien podría remitir a la Rebelión en la granja de George Orwell, esta pequeña gran joya islandesa es la potranca más deseada del lugar. No hay tiempo para ensillar el caballo… hay que ir hacia ella desbocadamente, antes de que los tanques norteamericanos vengan a cercar la comarca y a quedarse con todo.//?z