Historias breves 8

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

A la salida de la proyección de “Historias Breves 8” en el microcine de la ENERC, quién escribe presenció el siguiente diálogo entre un par de colegas y alguien de la propia escuela de cine fuertemente vinculado a distintos proyectos.

-- Che, un par de cortos zafan, pero el resto no me gustó nada. ¿Quién les enseña guión a estos chicos? ¿Cómo aprenden? ¿Le dan bola al guión de cine?

-- Y… es el gran problema del cine argentino. No hay dramaturgia, no hay dramaturgos… se escribe mal.

Este diálogo casi literal podría resumir y calificar la versión 2013 de las Historias Breves que compila, una vez más, una serie de cortometrajes realizados por estudiantes y/o egresados de las escuelas de cine. Son 9 en esta oportunidad y fiel a las ediciones anteriores no hay unidad temática, ni de género, ni de estilos, factores que, paradójicamente, hace todo más llevadero.

Sería injusto tratar la compilación en forma general porque ante tanta variedad el resultado final puede ser confuso. Entonces habré de escribir un par de líneas sobre cada uno, no sin antes pedir aumento retroactivo y días extras de vacaciones al editor de la página.

“De cómo Hipólito Vázquez encontró magia donde no buscaba”, de Matías Rubio

Es el mejor de todos los que se presentan y vale el precio de la entrada en el Gaumont. Con estética y banda sonora a la Spaghetti Western, cuenta la historia de un representante de jugadores de fútbol (Javier Lombardo) que va a un inhóspito lugar a buscar a la supuesta nueva maravilla. En el camino encontrará a una suerte de fantasma de los caminos (Víctor Hugo Morales) que lo pondrá en la encrucijada entre el amor por la belleza del juego y el negocio millonario que representa. Tan nuestro como universal, el fútbol cobra vida cinematográfica en un guión muy cercano a la inventiva poética de Fontanarrosa. Sobra el remate final, pero el corto presenta introducción, nudo, desarrollo, desenlace y hasta epílogo. Parece mentira tener que ponderar lo básico.

“Vida nueva”, de Lucas Santa Ana.

Otro guión bien terminado que descubre el amor en la adultez temprana, y lo redescubre en la vejez a través de dos ancianos que viven solos en el mismo piso de un edificio, con un ascensor de por medio. Todo sucede en una navidad que se revela determinante para aquellos que no se deciden a dar el paso adelante.

“Cuestión de té”, de María Monserrat Echevarría.

Empieza bien esta historia del mundo de un matrimonio a punto de romperse visto a través de los ojos del hijo de la pareja, ayudado por una vecinita que plantea el “jugar a tomar el té, como los grandes”. La historia se pierde en lo anecdótico y en la bajada de línea, pero presenta una gran sorpresa estética, conceptual y metafórica. Una de esas imágenes que sobreviven en la mente durante días y que no conviene revelar. Realmente un trabajo de maquillaje, y efectos de maquillaje, dignos de destacar.

A partir de “El conductor”, de Maximiliano Torres, “Historias Breves 8” decaerá inevitablemente. Una familia se va de vacaciones en un auto sin aire acondicionado y bajo un calor importante. Los chicos molestan, el mate se cae y la velocidad aumenta. Se insinúa una especie de alienación en el padre (como un Taxi Driver diurno), pero todo se transforma en algo inverosímil y pretencioso. Sobre todo con un parabrisas que desorienta como elemento simbólico. De todos modos, no lo sabremos porque se terminó la resma de papel o algo así y los créditos asaltan los ojos del espectador antes que se pueda preguntar: ¿Así termina?

“Superficies”, de Martín Aliaga, es otro guión al que le faltan las últimas hojas. Plantea un tema de discriminación a partir de un grupo de chicos revoltosos que en un colegio secundario insultan, torturan, vejan y humillan a un compañero que elije no reaccionar. La elección del guionista es bajar línea con un costado facho que ni siquiera se abre a la interpretación de ofrecer la otra mejilla. El espectador asiste con impotencia al calvario al que el director somete al protagonista, para luego insinuar la posibilidad de que semejante brote violento sea producto de una autocensura sexual. No lo sabremos porque no hay final. Que el espectador se las arregle sólo.

“El ramal”, de Mena Duarte, propone un triángulo pasional con ribetes de cine negro que al minuto su propuesta cambia de punto de vista y sale de su eje. Además, empieza por un final que termina confirmando provocando el “ Sí,. ¿Y…?” que brota natural de cualquier mente que se hace preguntas.

“El olvido”, de Fermín Rivera, sube el nivel (un poco nomás) contando la historia Juan, un hombre que en busca de un lugar más grande para su mujer y su futuro hijo, visita una casa en venta de cuyas paredes brotan recuerdos enterrados de un pasado triste y doloroso relacionado con la ultima dictadura.

En los últimos dos cortos aparece el género del terror y/o fantástico. “Liebre 105”, de Sebastián y Federico Rotstein, también tiene serios problemas de guión para solidificar el verosímil. Una chica distraída, hueca y básicamente tonta, no encuentra su auto en el vasto estacionamiento de un Shopping. Así sigue hasta que todo se apaga y ella queda sola y paranoica frente a la posibilidad de que la sigan. Las actitudes de esta chica están tan cerca del ridículo que su torpeza es sólo comparable con la de los escritores. Sin embargo, hay decisiones estéticas y rubros técnicos de muy buena factura y calidad.

Finalmente, “El desafío”, de Andrés Arduin, podría ser un buen cierre si no fuera por la espantosa mezcla de sonido con serios defasajes en la toma de audio, al punto de aturdir o resultar inaudible, según sea plano o contraplano. Una lástima, porque no está nada mal poner en lenguaje de western una historia de leyenda del campo. Un espíritu que anda suelto y, como siempre sucede con habladurías como esta, hay algunos que la creen y alguien que no.

Un guionista puede elegir no explicarle nada al espectador, pero darle elementos para que éste pueda elaborar conclusiones y aferrarse a su interpretación. Distinto es un guionista que oculta información por no animarse a ir a fondo con su propuesta, o simplemente admitir que no había nada por contar y ponerse a escribir otra cosa.