Histeria - La historia del deseo

Crítica de Natalia Trzenko - La Nación

Una historia sobre la sexualidad

Algunas cosas quedan claras muy rápido en Histeria. Por ejemplo, que en la Inglaterra victoriana la comprensión del alma femenina y el estado de la medicina están más cerca del medievo que del siglo XX. Otra certeza que aporta el guión de esta comedia que intenta ser romántica es que la represión es el único código de conducta aceptable para la época. Y la razón por la que todo el universo femenino se explica con una palabra: histeria. Las mujeres sufren de una aflicción uterina que sólo puede ser aliviada por los masajes genitales que aplica el doctor Robert Dalrymple (Jonathan Pryce) en su consultorio poblado de señoras en busca del alivio que nadie registra como sexual. A ese lugar llega el joven e idealista Mortimer Granville, médico harto de que los gérmenes sean considerados poco más que un rumor por su conservadores colegas, que tratan las infecciones con la aplicación de sanguijuelas. Reconfortado por la posibilidad de "curar" pacientes que salen del consultorio felices por el tratamiento, el doctor reparte su tiempo entre el consultorio y la casa de su benefactor, el aristócrata e inventor Edmund St. John-Smythe (interpretado por un irreconocible Rupert Everett).

CUESTIÓN DE GÉNERO

Más allá de los despistados personajes masculinos de la trama, lo más interesante del cuento sobre la invención del vibrador, un feliz accidente provocado por la fatiga manual del buen doctor, lo más interesante de esta liviana comedia dirigida por Tanya Wexler son sus personajes femeninos. Desde la señoras que necesitan "curarse" de su histeria hasta las hijas del doctor dedicado a ese menester. Por un lado está Emily, papel a cargo de la ascendente actriz británica Felicity Jones, una joven que cumple con todos los designios de su tiempo y que termina comprometida con Granville porque es eso lo que hará feliz a su padre. Padre que sufre porque Charlotte, su hija mayor, hace todo lo contrario. Interpretada por Maggie Gyllenhaal, Charlotte es una proto feminista que se niega a aceptar lo que la sociedad de su tiempo impone como el ideal femenino, que lucha por los derechos de los desamparados y es capaz de reírse del envarado Granville. Claro que no se necesita ser un experto en comedias románticas para entender muy rápidamente que los supuestos opuestos terminarán por atraerse y que el doctor deberá decidir entre la esposa ideal y la mujer que describe como irritante y volátil.

Una actriz tan inteligente como sensible, en esta oportunidad Gyllenhaal debe arreglárselas con un guión que tiende a colocar a su personaje en situaciones algo forzadas, especialmente en el tramo final de la película. En una escena de tribunal en el que la directora decide -sin demasiadas explicaciones ni lógica- reunir a todo el elenco del film, el personaje de Gyllenhaal se ve obligada a dar un sentido discurso que parece más apropiado para el escenario que para una película que hasta ese momento pretendía ser una comedia de modales sobre la historia de la satisfacción sexual femenina..