Hijos nuestros

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

Muchas veces el cine nacional ha intentado acercarse al mundo del fútbol desde diversos lugares. Muchas son las historias en las que la pasión por la pelota trataron justamente, y con poca suerte, de reflejar ese estado de ensueño en el que los fanáticos caen por su equipo preferido.
En “Hijos Nuestros” (Argentina, 2015) de Daniel Otero y Nicolás Suarez, se detiene en la vida de un personaje un tanto odioso, Hugo (Carlos Portaluppi), un taxista que divide sus días y horas entre el manejo de un taxi y su pasión por San Lorenzo.
Mientras recorre las calles de la ciudad arriba del vehículo, piensa qué partido verá al día siguiente, escucha programas de radio sobre fútbol e intenta ser amistoso con los pasajeros. “Voy para Devoto”, le dice una mujer, y él con la labia y rapidez que caracteriza a los choferes le pregunta “Adentro o Afuera”.
Ahí radica el mayor logro del filme, el de poder observar, contemplar y retratar, el universo particular de Hugo, un mundo sin sentido, sólo dado por el fútbol, y en el que no hay nada más que una pelota y once jugadores.
Pero como la película necesita una transformación y un conflicto para poder hacer un giro, porque si no el filme sería un registro cuasi documental del taxista con sus rutinas, un día lleva a Silvia (Ana Katz) y su hijo Julián (Valentín Greco) hasta un partido de fútbol cercano.
Al dejarlos, se da cuenta que el joven dejó su billetera por lo que decide volver al club y a partir de ese momento nunca más se despegará de ellos.
“Hijos nuestros” habla sobre la espesura de la soledad, en su peor manifestación, aquella que nunca termina por configurar un contexto para que las personas puedan manejarse y realizarse.
Cuando Hugo entra en el universo de Silvia, mucho más luminoso que el de él, con múltiples referencias a religiones y una iconografía cercana a lo popular mucho más fuerte que la de él (en su universo el fútbol ocupa todo) que desestructura su percepción sobre las relaciones.
Hay momentos de un logrado inverosímil que terminan por ser lo más acertado de una propuesta que toma el costumbrismo para ir más allá y dotarlo de un realismo mágico increíble.
La escena en la que el joven hijo de Silvia toma la comunicación es de una belleza y un timming increíble que también termina por desencadenar la tensión posterior ante la prueba en las inferiores de San Lorenzo de éste.
Si las relaciones humanas son complicadas, Otero y Suarez avanzan en el punto queriendo remarcar algunos aspectos decadentes, vulnerables y hasta looser de Hugo y Silvia.
La economía informal, la prostitución, el hambre de pasión, las ganas de superarse pese a todo, son sólo algunos de los tópicos de un filme que no pide permiso para llenar la pantalla de fútbol, y mucho menos, de potenciar la comedia con algunos puntos que resumen el fútbol ya no como deporte, sino como manera de vida.