Hija

Crítica de Diego Brodersen - Página 12

Prolífico e inquieto, luego de su ópera prima codirigida junto a Vera Fogwill, Las mantenidas sin sueños (2007), el argentino Martín Desalvo comenzó a acercarse a los géneros populares a través de un prisma personal y casi siempre estimulante, ya sea el cine vampírico con El día trajo la oscuridad (2013), la comedia sentimental en El padre de mis hijos (2017) o el drama carcelario con trasfondo histórico en Unidad XV (2018). A la notable El silencio del cazador (2019), suerte de western misionero protagonizado por un guardabosques, una película habitada por tensiones y violencias siempre a punto de estallar, se le suma ahora Hija, cuya historia también transcurre en el interior de la provincia de Misiones. Las marcas del suspenso están presentes desde un primer momento, aunque la protagonista es ahora una muchacha adolescente enfrentada a un trauma del pasado, que permanece enterrado en la familia como como si se tratara de un tabú ancestral.

Taciturna, con el rostro tan enojoso que su amigo más cercano le pregunta constantemente si le está pasando algo, Juana (Jazmín Esquivel) ayuda a su padre en las faenas del horno de carbón enclavado en medio del paraje agreste, único sostén económico de ese clan de dos. Es que la madre de Juana murió cuando esta era pequeña, en circunstancias que alguna gente del pueblo sigue considerando sospechosa. El padre y una amiga de ambos (Mora Recalde, favorita del realizador) le confirman que su madre estaba muy enferma y por eso tomó la decisión de quitarse la vida. Pero la chica, que anda de malas en la escuela y parece cruzada con todo y con todos, comienza a desconfiar del relato oficial. La trama de Hija gira en gran medida alrededor de esa desconfianza, a la cual se suma una irresistible atracción por una pequeña construcción en ruinas ubicada en plena selva. ¿Acaso esas paredes derruidas esconden alguna pista de la tragedia ocurrida tiempo atrás?

Mientras el padre, cada vez más inmerso en una depresión alcohólica, intenta ahuyentar al joven amigo de su hija, además de otros monstruos interiores menos específicos, la protagonista se acerca cada vez más a un fuego invisible que parece capaz de quemarla por completo. Con una cámara nerviosa que sigue a los personajes de cerca y la sensación de amenaza constante graficada por elementos visuales (la cabeza cortada de un animal, la cercanía de una motosierra, los vidrios rotos de una botella), la historia avanza hacia su desenlace echando mano al centenario recurso del flashback, retazos de esa crisis pretérita cada vez más presentes en la mente de Juana. Hija se siente por momentos como un ejercicio de estilo, como si se tratara de un film de tránsito hacia otro proyecto, pero en sus mejores escenas la tensión dramática, apoyada en la fiereza de la presencia y performance de Esquivel, ayuda a sostener el relato hasta el súbito desenlace.