Hija única

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Ambicioso y complejo puzzle

El director de Otra vuelta y Algunas chicas regresa al thriller psicológico, a sus enigmáticos personajes femeninos y a las fascinantes imágenes conseguidas en sociedad con el notable fotógrafo Fernando Lockett para una película que aborda -sin caer en lugares comunes, subrayados ni bajadas de línea- cuestiones como la identidad y los lazos familiares.

Ambientada en un futuro cercano, Hija única arranca con el regreso de la veinteañera Delfina (Ailín Salas) desde Nueva York a un pueblo de la provincia de Buenos Aires (otra de las constantes del cine de Palavecino). A partir de ese hecho, el realizador despliega un amplio abanico de conflictos que nos transportará al pasado y nos llevará a conocer las historias de varios personajes en distintas épocas y signadas por diferentes relaciones afectivas.

La película comienza apostando por el realismo puro para ir derivando hacia elementos casi del orden de lo fantástico. En el centro de la escena estará Juan (Juan Barberini), un hijo de desaparecidos que ha podido construir una familia con su esposa, Berenice (Esmeralda Mitre), y su hija, pero que no puede sacarse de encima los fantasmas y las tragedias del pasado, que incluyen la muerte de su novia de la juventud.

Más allá de que no todas las piezas de este ambicioso y complejo rompecabezas encajan a la perfección, se trata de una película inquietante y provocadora que se anima a cuestionar las nociones más arraigadas y reivindica el valor de ciertas relaciones afectivas incluso por sobre las familiares. El amor, a veces, pesa más que la sangre.