Hell Fest: juegos diabólicos

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

GUIÑOS, GUIÑOS Y MÁS GUIÑOS

La voluntad de construir franquicias también empieza a estar cada vez más presente en el cine de terror, condicionando los relatos hasta extremos impensados. Eso puede notarse de manera muy patente en Hell Fest: juegos diabólicos, que tiene un planteo con atisbos de interés: un asesino serial enmascarado que usa como territorio de caza un parque de diversiones cuya temática es el horror, despachando jóvenes con esmero y dedicación. Aunque claro, la autoconsciencia canchera invade todos los componentes narrativos y de la puesta en escena, tornando el film extremadamente previsible.

La película de Gregory Plotkin (realizador de Actividad paranormal: la dimensión fantasma) no se interesa demasiado por sus personajes, a los que prácticamente toma como carne de cañón. De ahí que no sea sorprendente que todos sean un compendio de estereotipos superficiales: la chica algo tímida y estudiosa, pero deseosa de tener una aventura; el muchacho algo introvertido pero que le tiene ganas; y…dos parejas más que solo quieren asustarse un rato y están moderadamente calientes, porque en verdad el film es bastante pecho frío en su despliegue de sexualidad. Este esquematismo y moderación se traslada a todos los demás aspectos, porque las ideas de miedo y suspenso son escasísimas (hay una recurrencia constante a las súbitas apariciones para sacudir la modorra); predomina una sobreactuación de las reacciones (los protagonistas se asustan hasta por las cosas más tontas); y se impone un regodeo improductivo en la imagen del asesino observando o acercándose a los jóvenes a los que pretende exterminar.

Eso no quita que, de vez en cuando, casi por casualidad, el film entregue algunas secuencias donde se nota un poco más de creatividad: una que se da en una especie de tren fantasma, que juega con la quietud forzada del personaje principal; otra en un baño que apela al fuera de campo y la información que tiene el espectador pero no la protagonista; y una última donde el rol de la máscara le juega en contra al asesino. Pero no hay mucho más que eso, porque el relato agota casi enseguida al parque de diversiones como concepto y al slasher como vehículo genérico, evidenciando una lectura sumamente superficial y una búsqueda de un público definitivamente muy conformista.

Hacia el final, Hell Fest: juegos diabólicos se quiere hacer la perturbadora, buscando exponer la oscuridad dentro de los ámbitos de supuesta normalidad, pero su vuelta de tuerca se ve venir a kilómetros de distancia. Y para peor, queda muy evidente la necesidad de fondo, que es la de preparar el terreno para futuras secuelas, que esperemos que no pasen por los cines. En el medio, la ausencia de originalidad y riesgo es abrumadora, en un film repleto de guiños (cameo de Tony Todd incluido) pero que está lejos de asustar y ni siquiera funciona como entretenimiento retorcido.