Hell Fest: juegos diabólicos

Crítica de Alejandro Turdó - A Sala Llena

El laberinto del slasher.

Los sustos fáciles son el aire que respiran interminables subgéneros dentro del cine de Terror. ¿Qué sería de algunas de sus películas más representativas sin ese momento que hace saltar de la butaca a los espectadores, donde una melodía disonante se combina con una sorpresa en pantalla para asustar a varios desprevenidos? Viéndolo de ese modo, a cualquiera le resultaría inicialmente cautivante una propuesta como la de Hell Fest: Juegos diabólicos (Hell Fest, 2018), donde un asesino enmascarado ataca a sus víctimas en un parque de diversiones con el horror como temática protagonista, pero del dicho al hecho…

Todo comienza con la visita de Natalie (Amy Forsyth) a su amiga de toda la vida Brooke (Reign Edwards), con quien no se ve hace mucho tiempo y espera pasar un apacible fin de semana. Por supuesto los planes cambian cuando el grupo de amigos de Brooke compra entradas para Hell Fest, un parque itinerante lleno de atracciones espeluznantes diseñadas para pasar un agradable momento huyendo de monstruos disfrazados y perdiéndose en laberintos oscuros decorados con calaveras, zombies y demás elementos de utilería barata. La cuestión se pone áspera para Natalie y los suyos cuando un psicópata con una máscara (quien gracias a los créditos del final nos enteramos que se llama El Otro) empieza a seguirlos por el parque con fines sangrientos y poco amistosos.

La cinta marca el segundo opus del director Gregory Plotkin tras Actividad paranormal: La dimensión fantasma (2015), pero el grueso de su carrera estuvo dedicado hasta el momento a la edición, donde en el último tiempo colaboró con ¡Huye! (2017) y Feliz día de tu muerte (2017). Es difícil encontrar algo similar a un “sello autoral” en Ploktin cuando se lo pone al mando de producciones tan pasteurizadamente estandarizadas. Seguirá siendo un enigma al menos en el corto y mediano plazo si esto se debe a limitaciones propias o a aquellas impuestas por la producción.

Sin ánimos de spoilear, quien haya visto el trailer de este film y tenga un conocimiento apenas básico del subgénero slasher probablemente ya pueda hacerse una idea bastante clara sobre con qué se va a encontrar. Sin dudas tener al mítico Tony Todd como suerte de maestro de ceremonias en este parque del horror es un gran atractivo, lástima que el film no le saque más el jugo y su participación quede reducida a un guiño (si está en el trailer no es spoiler, chiques). El resto del reparto se compone de caras jóvenes de la televisión norteamericana, interpretando a personajes tan bidimensionales como olvidables, cuyo único rasgo positivo es permitirnos imaginar cuál será su destino trágico: decapitación? ahorcamiento? desmembramiento? cuestión que no es mérito de los intérpretes sino responsabilidad absoluta de la mente de los espectadores y del nivel de atención que decidan invertir en el relato.

Refiriéndonos al asesino en cuestión, aquel llamado El Otro, su falta de motivación podría dejarse de lado. El subgénero ha demostrado en más de una ocasión que saber el “por qué” no siempre garantiza mayor eficiencia. Muchas veces la maldad más pura no conoce justificaciones e igual funciona, como demostró la más reciente iteración de Halloween (2018), en particular cuando el yeite suele radicar en ver cómo este sujeto despacha a sus víctimas de las formas más horrorificamente variadas, amén de los motivos. Precisamente esto último sufre una fuerte contradicción en el film, ya que llegado un punto de la trama el apuro por cerrar la historia puede más que el gore y algunas muertes tienen tratamiento express, privando al espectador especializado de esos momentos en los que todo debería ser sangre, tripas y mutilaciones. ¿Cuál es el sentido de omitir las atrocidades de un slasher?

La ambientación es sin dudas uno de los puntos altos en Hell Fest, con este parque que tiene sin dudas potencial para convertirse en terreno fértil dentro del Terror. Es una pena que no se lo explote a fondo y todo se resuma a laberintos oscuros con algún monstruo saltando siempre desde las sombras, repasando todos y cada uno de los tropos concebidos por el género. Hay una mirada interesante sobre la desensibilización de lo más jóvenes respecto de la violencia y sobre el miedo como estimulante (ecos tal vez de la primera Scream de Craven). Es decir, algo que se percibe peligrosamente cotidiano y genera una falsa sensación de seguridad, obviamente hasta que las papas queman. El film habría adquirido otro nivel de profundidad de seguir ese camino. El público menos exigente con este tipo de productos probablemente pueda saciar su sed de sustos en pantalla grande, pero los más demandantes sólo rescatarán algún que otro destello ingenioso a medio cocinar.