Heidi

Crítica de Horacio Bilbao - Clarín

Vigencia de un clásico

La naturaleza, la orfandad, incluso la nostalgia de la infancia que provoca en los espectadores, son atractivos suficientes para ver Heidi.

El cruce de tristeza y belleza, de carencias y exuberancia, de sabiduría y desconocimiento siempre ha sido una de las marcas emocionales de Heidi, esta novela decimonónica que sigue siendo un éxito en su formato libro, animé y cinematográfico. Pero esta nueva adaptación, guionada por Petra Volpe y dirigida por Alain Gsponer, resulta quizá el trabajo más hiperrealista montado sobre las novelas que Johanna Spyri publicó en 1879 y 1880. Hace justicia con ese trabajo, con el personaje y con el imaginario cultural que ha creado Heidi, pero quizá podría haber asumido algún que otro riesgo narrativo más allá de demostrarnos que su personaje resiste el paso del tiempo.

Resiste. Pero la historia es tan conocida que ese exceso de fidelidad, de purismo, se solventa en detalles exquisitos, que van del paisaje a la música, por las montañas nevadas, la cabaña solitaria, la reconstrucción verosímil de Frankfurt. Gsponer cuenta bien ese mundo de belleza y carencias.

A diferencia de muchos relatos infantiles contemporáneos, esta historia no necesita trabajar en dos niveles paralelos el enganche para chicos y grandes. La naturaleza, la orfandad, incluso la nostalgia de la infancia que provoca en los espectadores, son atractivos suficientes para ver Heidi. Es una historia del siglo XIX, pero también es atemporal, paradójicamente atemporal. Y es indiscutible que Heidi es un personaje a rescatar.

Anuk Steffen no desafina en el papel de la niña, al contrario, y es un llamador que Bruno Ganz asuma el rol del abuelito. Resulta un atractivo en sí mismo ver la transformación de ese ermitaño que con líneas mínimas de texto absorbe los impactos que ya conocemos, en esta historia sobre la identidad, el carácter, la personalidad ligada a la gente y los lugares, los contextos sociales que nos permiten desarrollarnos, aunque suene lejano el mundo de los pastores, las cabras, tanto como la ausencia de pantallas, teléfonos.

Al final, se trata de llevar emociones a la pantalla, de volverlas reconocibles e inspiradoras para los espectadores. Chicos y grandes convocados a un mundo conocido que puede parecer extraño, pero sólo por un instante, como si el tiempo no pasara entre montañas y nieves eternas.