Heidi

Crítica de Diego Brodersen - Página 12

El regreso de la pequeña huérfana.

Se trata de una versión “clásica” de la historia original, que abarca desde la reconstrucción de época hasta el andamiaje psicológico de los personajes. El experimentado Bruno Ganz aporta prestigio en el rol del Abuelo.

Cada generación tiene la Heidi cinematográfica que se merece, podrá pensarse con algo de maldad, pero lo cierto es que la novela de la suiza Johanna Spyri –publicada originalmente en 1880– ha sido llevada en muchas más oportunidades a la pequeña pantalla de televisión. Y por más fuerza que haya tenido la versión de Allan Dwan de 1937, diseñada como vehículo ideal para los mohines de Shirley Temple, el animé producido a mediados de los años 70 (que supo contar con los aportes de un joven Hayao Miyazaki) es, para muchos, la adaptación definitiva de la historia de la pequeña huérfana y su abuelo cascarrabias. A tal punto que el “Abuelito, dime tú” es hoy una cita inconfundible en la cultura popular de los países hispanohablantes. Esta nueva Heidi cuenta con algunas ventajas de base, comenzando por un rodaje en locaciones reales de los Alpes que les otorgan a las secuencias de exteriores un componente de belleza imposible de emular en estudio (la Temple, claro está, tuvo que correr y saltar en un par de parques nacionales californianos y ante los cicloramas erigidos en los sets de la 20th Century Fox).

No se trata simplemente de explotar los paisajes a partir de una fotografía ad hoc: las imágenes de la naturaleza son un elemento esencial en una adaptación que se propone “realista”, desde la reconstrucción de época hasta el andamiaje psicológico de los personajes, pasando por el idioma, un alemán suizo que, en la Argentina, no podrá apreciarse, ya que todas las copias se exhibirán en el maldito español neutro. Por otro lado, el acierto de casting de la joven debutante Anuk Steffen ofrece una frescura no afectada, una naturalidad que resulta ideal para el personaje de Adelaida (el nombre real de Heidi). El experimentado Bruno Ganz, por otro lado, aporta prestigio en el rol del Abuelo e incluso, en los primeros tramos, logra inyectarle alguna dosis de oscuridad bien temperada. Hasta aquí, algunas de las virtudes de una Heidi clásica, fiel a la novela y casi nunca adocenada o “literaria”, aunque un tufillo qualité flote en escenas puntuales, en particular luego de la llegada de la protagonista a Frankfurt para su educación y conversión a la vida moderna y civilizada.

Justamente, ese bloque narrativo intermedio es el que denota un cierto apuro en la acumulación de escenas y varias de ellas se sienten como un simple trámite despachado sin demasiado cuidado o atención. Imposible aseverarlo, pero puede intuirse un primer corte mucho más extenso, aligerado a riesgo de caer en la sensación de atolondramiento en la cronología de los acontecimientos. El resto es la historia –a esta altura eterna y universal– de la chica rústica enfrentada a otra clase de valores (y a otras clases sociales), virgen de toda corrupción y dueña de unas cualidades humanas y una bondad capaces de derribar los prejuicios y resquemores de todos aquellos que la rodean. Aunque para ello haga falta algo parecido a un milagro. En el fondo, más allá de la defensa de la humildad y la pureza teóricamente inherentes al ámbito rural, el texto más famoso de Spyri va en busca de la creación, en el personaje de Heidi, de una entelequia decimonónica que conjuga lo mejor de dos mundos: una emisaria de la educación y la cultura citadina en el campo y el mejor ejemplo de la simpleza y honestidad del campesino en la gran ciudad.