Héctor en busca de la felicidad

Crítica de Matías Gelpi - Fancinema

En busca de Simon Pegg

La autoayuda es un género infravalorado con toda justicia. No festejamos desde aquí al intelectual cínico que se burla de Stamateas, Coelho o Bucay y demás millonarios de la superación personal sin siquiera acercarse a un metro de sus libros, pero formulémoslo de otra manera: gran parte del corpus de obras enmarcadas dentro del género autoayuda es cuanto menos despreciable. La autoayuda es en lo que deviene la filosofía cuando deja de dudar y comienza a afirmar cosas. “Tu desgracia es culpa de tu actitud negativa”, “El problema es que estableces vínculos con personas toxicas”, “Si algo que querés no sucede es porque no lo has deseado lo suficiente” y variaciones de estas obviedades componen las verdades reveladas de los gurús del buen vivir. Mas o menos lo mismo nos prepara el director Peter Chelsom, pero protagonizado por Simon Pegg y Rosamund Pike.

Héctor (Pegg) está aburrido de su existencia, que por suerte, es bastante acomodada. Es un psiquiatra de éxito casado con una mujer exitosa y cariñosa (Pike) pero le falta lo más importante, el sentido de su vida. Es curioso cómo el occidental burgués alienado que suele protagonizar algunas películas busca el sentido de la vida una vez que ya siguió sin problemas todos los mandatos sociales que lo separaban de esa búsqueda personal y profunda. Lo que pasa con Héctor es que ya alcanzó unos cuantos objetivos personales y los siguientes pasos, según su estrecha manera de ver las cosas, son tener hijos y morir. Por eso decide dejar a su esposa un par de meses sin explicar demasiado, y emprender un viaje mundial en busca del objetivo mayor La Felicidad. Elije tres lugares, como la protagonista de Comer, rezar, amar: Shangai (China) porque allí se mudaron los decadentes tiburones de Wall Street para tomar merca y hacerse ricos; Africa, porque como todos sabemos es el peor lugar del mundo y si alguien se ríe allí todos podemos ser felices, y Los Angeles porque… allí vive su novia idealizada de la universidad. La arbitrariedad no tiene límites.

Mientras tanto, el film que arranca como una comedia con cierto ritmo que se va diluyendo hacia un tono solemne propio de los temas que pretende tratar. Su lógica absurdamente simple va moldeando el contexto banalizándolo a niveles estratosféricos, a tal punto que, por ejemplo, ni siquiera diferenciamos en qué país de Africa trascurre la acción, sólo es un nido de lugares comunes: leones, hambre, pobres, narcos hispanoparlantes que controlan las comunidades pero que en el fondo tienen problemas como cualquiera de nosotros.

Pero a la boludez maliciosa de esta película hay que agregarle el caos conceptual que merodea su reflexión. ¿Qué es la felicidad? ¿El placer inmediato? ¿Un estado de paz interior y armonía con el universo? ¿Preocuparse por los demás? ¿La tranquilidad de saber que uno nunca será torturado pero que la tortura existe y la sufren otras personas? ¿Que Boca salga campeón cada dos años? La verdad es que no sabemos cómo orientar el rumbo del pensamiento que pretende la película, su protagonista va lanzando máximas acerca de lo que es ser feliz equiparando literalmente pasar una noche con una prostituta sin saber que lo es, con sobrevivir a un simulacro de fusilamiento, con hacer las paces con un amor de la juventud, y con analizar porciones mesurables de actividad cerebral. Y todo esto para llegar a la conclusión que la felicidad está dentro de nosotros, y se puede expresar mejor en el contexto del matrimonio blanco cristiano y monógamo.

A nosotros nos queda perdonar a Simon Pegg por este ínfimo pecado y respaldarlo en su próxima película dirigida por Edgar Wright.