Héctor en busca de la felicidad

Crítica de Ezequiel Boetti - Otros Cines

Viaje con destino conocido

El primer jueves de marzo se estrenó en la Argentina Alma salvaje, nuevo film del reconocido director Jean-Marc Vallée (Dallas Buyers Club: El club de los desahuciados) con Resse Witherspoon en la piel de una mujer ajada por su pasado y dispuesta a redimirse a través de una caminata a lo largo de la costa oeste norteamericana. La película se estructuraba como una road movie, abasteciéndose de un tendal de personajes secundarios que aparecían y desaparecían según tuvieran o no algo que enseñarle a la protagonista; es decir, un personaje, una enseñanza.

Héctor, en busca de la felicidad tiene varios puntos de contacto, pero su resultado es peor. Fabulesca en su tono, atravesada de punta a punta por una filosofía new age –incluso desde el intento de aprehender lo inaprensible planteado en el título–, con un guión moralista y adoctrinador, la película de Peter Chelsom no duda en arrojarse de cabeza a las aguas de la autoayuda mediante el paralelismo evidente entre el viaje geográfico y el “interno”.

Viajante y objetivo se aclaran desde el título original. Héctor (Simon Pegg) es un psiquiatra inglés con una vida predecible y ordenada, pero al que le falta algo. “No puedo aconsejarle a mis pacientes sobre la felicidad cuando yo no sé si existe”, le dice su mujer (Rosamund Pike) cuando le plantea un plan de viaje que incluirá tres continentes. Como en Comer, amar, rezar, cada posta resonará con un significado particular.

Poco importan las vivencias durante el recorrido, el inverosímil generalizado de la premisa (todos, hasta el africano más iletrado, hablan perfectamente inglés) o la parábola emocional del protagonista. Al fin y al cabo, Héctor, en busca de la felicidad es un viaje en el que solamente importante la llegada a un destino prefijado de antemano.