Hasta que la muerte los juntó

Crítica de Laura Osti - El Litoral

No hay una respuesta correcta para todo

“Hasta que la muerte los juntó” es una comedia hollywoodense que no se destaca por su originalidad y apuesta de manera inequívoca a una fórmula estándar, módica, que apunta a entretener con métodos ya probados y que no pretende deslumbrar ni asumir grandes riesgos.

Se trata del reencuentro de una familia en ocasión de la muerte del patriarca. La viuda, Hillary (Jane Fonda), es una mujer madura que tiene cuatro hijos, tres varones y una mujer, de los cuales sólo uno vive junto a ella en la pequeña ciudad de origen, donde se alza la vieja casona paterna.

Si bien el relato adquiere el formato de la novela coral, donde lo que se describe son las múltiples relaciones, con sus pequeñas grandezas y miserias, entre los miembros de la familia y sus respectivos cónyuges, además de los vecinos, amigos de la infancia y demás vínculos, conformando una pintura de sesgo psicológico, enfocada sobre todo en las cuestiones afectivas y emocionales, la trama se teje alrededor de un personaje que sobresale un poco por encima de los demás.

Ese personaje no es precisamente la madre, como se podría esperar, sino uno de los hijos, Judd (Jason Bateman), que vive en Nueva York y se entera de la muerte del padre justo cuando está atravesando por un momento muy crítico: acaba de sorprender a su mujer engañándolo con su jefe en su propia cama. Judd no sólo ha perdido a su esposa sino también su trabajo y ahora además a su padre.

El joven es el hijo más estructurado de Hillary, una mujer de apariencia fuerte y vital, que ha decidido reunirlos a todos para cumplir con la shivá, el ritual funerario de la comunidad judía a la que pertenecen y que consiste en siete días continuos de duelo en los que la familia se reúne en la casa del occiso para orar, meditar y recibir visitas.

Pero los otros tres hijos también tienen sus asuntos conflictivos que arrastran sin resolver. El hecho de volver al pueblo de la infancia trae aparejados recuerdos y reencuentros con afectos, amores y la nostalgia inevitable por la ausencia del padre.

Hillary es una mujer vital que planeó el funeral para tener la ocasión de reunir a todos sus hijos durante siete días bajo un mismo techo, con la intención de reavivar los lazos familiares y también para comunicar, de un modo sutil, que no está abatida ni mucho menos, sino dispuesta a iniciar una nueva etapa en su vida, con novedades incluso en el aspecto íntimo afectivo.

La idea general de la película es revalorizar a la familia como núcleo fundamental tanto para los individuos como para la convivencia social en comunidad y resalta que aunque hay conflictos, malas experiencias y frustraciones, siempre se puede encontrar una salida y oportunidades para superar los fracasos y recomponer los vínculos, asumiendo que, como dice Hillary, no hay una respuesta correcta para todo. Como diciendo que hay que tomar las cosas como vienen y hacer lo mejor posible.

Jane Fonda cumple muy bien con su papel de anfitriona y alma mater de la escena, así en la ficción como en la taquilla, administrando muy bien el peso propio de su figura portadora de una trayectoria estelar. Pero también con la delicadeza de no eclipsar a los jóvenes talentos que la acompañan, quienes le aportan solvencia profesional a un guión a veces un poco demasiado estereotipado.

Y hay que mencionar que el director, Shawn Levy, es un canadiense con antecedentes muy exitosos y variados en Hollywood, como “Más barato por docena”, “Gigantes de acero”, “Una noche en el museo”, “Una noche fuera de serie”, “Aprendices fuera de línea”.