Hasta los huesos

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Como admirador de buena parte del “universo Guadagnino” (incluso su serie We Are Who We Are me parece casi una obra maestra) me acerqué a Hasta los huesos con enorme curiosidad, pero la sensación final fue de cierta decepción frente a semejantes expectativas.

Toda esa sensibilidad, lirismo, melancolía y empatía romántica que tan bien funcionaba en varios de sus trabajos anteriores aquí suena forzado, impostado, recargado, subrayado. Quizás no ayude el material original (una historia de caníbales), pero esta vez ni la estructura dramática, ni la estilización visual, ni el despliegue musical (la banda sonora original es de Trent Reznor y Atticus Ross y el soundtrack incluye temas de Joy Division, New Order y Duran Duran), ni el reencuentro con Timothée Chalamet tras la consagratoria Llámame por tu nombre consiguen los efectos que sí lograron sus films previos.

Ambientada en 1988, Hasta los huesos es una road movie sobre dos “amantes malditos”, Maren (Taylor Russell, lo mejor del film) y Lee (Chalamet), jóvenes caníbales que huyen por distintos estados de la América profunda a bordo de una destartalada camioneta. El film pendula con no poca indecisión entre el romanticismo épico, el gore más extremo (con un personaje entre patético y amenazante como el Sully de Mark Rylance), notables intérpretes reducidos a papeles muy menores (André Holland, Chloë Sevigny, Michael Stulhbarg, Jessica Harper) y el retrato adolescente que aquí por momentos parece más cerca de los vampiros de Crepúsculo que de otra cosa.

El italiano Guadagnino se propuso hacer su épica “definitiva” sobre la sociedad estadounidense (y de paso regodearse con sus imponentes paisajes), un poco como el alemán Wim Wenders en París, Texas, como bien sostiene el texto que precede a este, aunque también con algo de Malas tierras, de Terrence Malick; pero terminó construyendo una serie de viñetas con observaciones bastante superficiales, escenas “para la hinchada” (Chalamet bailando y cantando Lick it Up, de Kiss) y mucha iconografía mítica pero a la larga poco sustanciosa (viejos parques de diversiones, cafeterías de pueblo, casas rodantes, decadentes estaciones de servicio).

Hasta los huesos tiene todo los condimentos para pasar por una película audaz, extrema, provocadora, controvertida, pero termina siendo una narración amanerada que en muchos casos se queda en la manipulación, en la ostentación y en el mero gesto.