Hasta el último hombre

Crítica de Leonardo González - Río Negro

“Hasta el último hombre”: una de guerra como las de antes

Diez años pasaron desde la última vez que vimos una película dirigida por el talentoso, a la vez que polémico, Mel Gibson. Su última incursión en la pantalla grande detrás de cámaras fue en “Apocalypto” (2006). “Hasta el Último Hombre” (Hacksaw Ridge, 2016) es su quinto largometraje como realizador y cuenta la increíble historia real de Desmond T. Doss (Andrew Garfield), un joven soldado que logró salvar a 75 hombres durante la batalla de Okinawa, una de las más sangrientas que se llevaron a cabo en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial.

Doss era médico del Ejército y evacuó sin ayuda de ningún compañero a decenas de heridos mientras francotiradores le disparaban tratando de matarlo. Lo más extraordinario de su historia es que toda su campaña en el frente de batalla la hizo sin disparar ni sostener un solo rifle. Desmond fue el primer objetor de conciencia –una persona que se niega a acatar órdenes o leyes o a realizar actos o servicios invocando motivos éticos o religiosos– en recibir una Medalla de Honor del Congreso por su valentía.

La historia de este soldado es realmente extraordinaria, y de hecho es mucho más asombrosa de lo que se muestra en la película. Gibson mismo declaró que si hubiera mostrado todo lo que hizo Doss en la guerra hubiesen creído que lo estaba inventando. El largometraje comienza desde que Desmond era pequeño y cómo por un accidente con su hermano se vuelca hacia la fe. Convertido ya en adulto siente que debe luchar por su país y se enlista, pero al ser un Adventista del Séptimo Día, su religión le impide sostener un arma, y mucho menos dispararla. Acá es donde el film se vuelve interesante mostrándonos la lucha que tuvo que pasar para poder sostener sus creencias. El acoso de sus superiores para que abandonara el entrenamiento, la burla, el enojo y la agresión de sus compañeros por un hombre al que consideran cobarde, el temple y la fortaleza que mostró para no rendirse.

Hay un tono clásico en el film de Gibson, casi un homenaje a aquellas películas bélicas de los cincuenta en donde el protagonista era impoluto y existían sólo los buenos y los malos, y no había términos grises. Tal vez eso tenga un gusto un tanto añejo en el siglo XXI, ya que se muestra a los japoneses como animales violentos sedientos de sangre con la única voluntad de destrozar a los pobres muchachitos norteamericanos.

Deshumanizar al enemigo y centrarse en la valentía de un solo bando suena a una mirada “incompleta” del asunto. Pero bueno, Mel quiere mostrar la historia de este soldado y si hay que reventar “amarillos” porque son más malos que la peste bubónica, que así sea. Si conocen la filmografía del protagonista de “Mad Max” (1979), sabrán que no le tiembla el pulso a la hora de ser crudo y mostrar sangre. Esto quiere decir que, si son impresionables, vayan preparados porque las escenas de las batallas son explícitas y derrochan hemoglobina por doquier.

El largometraje viene cosechando buenas críticas –en el Festival de Venecia la ovacionaron y aplaudieron de pie durante casi 10 minutos– y mucho de eso se debe a la gran labor de Andrew Garfield, un actor que rápidamente se sacó de encima el peso de haber sido el Hombre Araña. Garfield logra hacerte sufrir, cansarte, llorar e incluso sangrar con él.

“Hasta el último hombre” recoge la bandera de aquellas películas de guerra clásicas y nos regala un héroe puro y sin sombras. Tal vez demasiado en un cine que en las últimas décadas se dedicó a mostrarnos personajes más reales y humanos y que están mucho más cerca del espectador.