Hasta el último hombre

Crítica de Alejandra Portela - Leedor.com

Estaba reviendo dos comienzos de películas: el de Rescatando al soldado Ryan de Steven Spielberg y el de La delgada línea roja, de Terrence Malick, cada una marcó de algún modo la historia del cine bélico norteamericano contemporáneo.

En el primero, un veterano visita un cementerio de soldados, tras unos minutos de caminar entre las tumbas un primerísimo primer plano introduce al flashback del film: 6 de junio de 1944 en las playas de Omaha. Empieza el desembarco aliado en las costas de Francia. Una cámara en movimiento acompaña en travelling los botes que acercan a los soldados a la orilla. Esa misma cámara no pierde un céntimo de movimiento cuando empieza el ataque de disparos y tiene lugar la primera masacre, ahí a centímetros de la platea, más los silbidos de las balas y la violencia del impacto en los cuerpos. La cámara submarina completa la perfección de esa escena única con el sonido de las balas sobre el metal, el ruido del agua contra los botes, los gritos. Hay que descubrir en esos planos generales presentados a los saltos, en un montaje partido tanto como los cuerpos que vuelan por el aire. ¿Habíamos visto alguna vez en el cine un hombre arrastrando en el campo de batalla a la mitad de otro hombre? Lo salvaje del cuerpo destrozado, ¿qué es un cuerpo en el ejército más poderoso de la tierra?

La pelicula de Malick, que transcurre en Guadalcanal, en el Pacífico, empieza por una pregunta ambigua: ¿qué significa esta guerra en la naturaleza?, y si existe tal vez en la naturaleza alguna fuerza vengadora. “No pude encontrar nada edificante en que mi madre se fuera con Dios. No he visto la inmortalidad”. Ese doble sentido hace que La delgada linea roja mantenga una conducta mucho más poética al menos en el marco de las últimas películas del género.

Ahora bien, en la nueva pelicula de Mel Gibson el problema no es precisamente la naturaleza, sino la cultura. La que hace que la guerra sea un acontecimiento constante. También hay un gran flashback en Hasta el ultimo hombre, la historia cierra donde abre, circularidad que entra dentro de lo previsible.

“Son como animales” no les importa morir.” Eso son los japoneses en la película de Gibson, aparecen por todas partes. Raramente se les ve la cara. Son como hormigas malas a las que hay que fumigar de esa sierra a la que solo se accede por una pared elevada y vertical. Dejando de lado el detalle que la película transcurre en tierras japonesas, donde el norteamericano es invasor y donde unos meses más tarde (estamos a principios de 1945), en agosto, van a caer dos bombas atómicas que significarán el comienzo de una Era a través dela mayor representación de potencia destructiva que pudo haber existido. De eso no se habla.

Hasta el último hombre no sólo tiene una duración épica, su constitución misma es épica y religiosa. Es religiosa por donde se la mire. El Salvador que protagoniza esta religión da por sentado que los hombres son malignos y el héroe freak puede hacer algo por ellos, nunca matarlos, nunca defenderse, pero sí cuidarlos, acompañarlos, salvar sus cuerpos. Tampoco nunca convencerlos que la Guerra no es buena. ¿Hay mayor extremismo que ese? Los mártires son los que están en la base de la religión cristiana. Sin el significado de sus muertes atroces la representación institucional de la eclesía se debilita. Los mártires acompañan al Salvador, lo enarbolan.

Gibson retoma el género y lo hace prácticamente risible: ¿personajes arquetipos hasta la médula en pleno siglo XXI? el beso de despedida en el tren? ¿el sargento gritón?, ¿el que se cree actor de Hollywood, puro músculo y cero valentía?, ¿el violento que se vuelve amigo?. Y otros. En las barracas no sabemos si estamos frente al chiste o al homenaje a todas esas escenas vistas una y mil veces. Las patadas voladoras a las granadas son el máximun de esa ironia practicante.

Pero Desmond Doss, sale de la norma, accede a un juicio militar para defender su derecho a pelear por su patria. En consecuencia, lo ampara una norma constitucional. El lado romántico (siempre el componente religioso) lo vuelve un héroe sacrificial. Patriótico y sacrificial. “Los que confían en el Señor siempre tendrán fuerzas renovadas, él que es el creador de todos los confines de la tierra nunca se cansa, su entendimiento no tiene límites”. Paradójicamente a estar basada en hechos reales, los puntos flojos de la historia están en la parte que se relaciona directamente con esos hechos, y hay algunas preguntas que quedan varadas, sin respuesta: la violencia del padre, ese hombre afectado por la muerte de sus compañeros en la primera Gran Guerra, transmitida a sus propios hijos, y un momento de revelación (?) cuando Desmond casi mata a su hermano. El hermano se alista en el ejército. Nunca sabremos qué fue de él. La gloria no pasa por los hombres comunes.

El énfasis está puesto en lo mágico que se contrapone a lo real. Es Dios el que da fuerzas a Desmond. Es Dios, y no los hombres, el que justifica su presencia en ese salvaje campo de batalla donde siempre queda un hombre más para salvar. Si hablamos de desmesura, es la desmesura de ese acto directamente proporcional a la desmesura de esa guerra cruenta e injustificada como todas las guerras que están por venir.