Harry Potter y las Reliquias de la Muerte: Parte 2

Crítica de Lucas Moreno - Bitácora de Vuelo

CHAU, HP

Fea la adolescencia. No sabemos quiénes somos y todo se reduce a una búsqueda caótica de personalidad. Uno imita maniquíes sociales para no andar despistado.

Eso pasó con la saga de HP: ni una pizca de autenticidad o franqueza apenas empezó su pubertad. Y cuando terminó la adolescencia, terminaron las películas. O sea que nuestro único legado son salchichas cinematográficas teenager procesadas por un estudio de marketing.

HP despliega un mundo de cañitas voladoras donde los magos piensan con la misma pelotudez que cualquier muggle. ¿Qué onda? ¡Hacen magia! ¡Rompen las leyes de la física! ¡Ridiculizan la ciencia! ¡Escupen sobre la tradición del pensamiento occidental! ¿Por qué en Hogwarts se preocupan por una carrera para cazar escarabajos? ¿Por qué alumnos y profesores son absorbidos por la lógica de winners and lossers? ¿Por qué esa rigidez moral? ¿Por qué los alumnos son archivados en diferentes escuelas según su espíritu o lo que sea? Hogwarts se parece a una escuela del Opus Dei. ¡Son magos! ¿Por qué no leen a Nietzsche? Si a mí me revelan que la magia existe y puedo reconfigurar el mundo usándola, se trastorna mi sistema de valores.

Grave: las películas de HP son malas. Los libros son malos. El proceso de adaptación es malo. Nadie entendió que el cine articula otros focos enuncivos para dar información y entonces diseñaron un método pobre: escena movida seguida de escena dialogada para esclarecer el panorama y pasar a otra escena movida. Ahí tenemos una adaptación fiel… Habría más adrenalina con Maggie Smith delante de cámara leyéndonos el libro.

HP es un maleficio para el cine. Cada acción se desarrolla mecánicamente y sin equilibrio dramático. Filman con la misma vagancia escenas de transición y escenas claves. A Helena Bonham Carter la matan en 20 segundos y la cámara pasa a otra cosa, apurada por cumplir compromisos narrativos. ¿Qué les pasa? Construyen un personaje y con el mayor anticlímax lo matan. Situaciones fundamentales como la agonía de Alan Rickman se plantea en un insípido plano y contraplano. Cero poesía, cero ingenio para una puesta de cámara. Ralph Fiennes parece tener 15 años. Hay un momento en donde sus amigotes tienen que hacerle corito como los reidores de una sitcom para que se sienta seguro. También me quedé pasmado ante un plano secuencia en donde Daniel Radcliffe hace, literalmente, un striptease homoerótico junto al gordito pelirrojo. Y ese gran beso que todos esperaban tiene la misma pasión que el saludo a una tía abuela en su cumpleaños 80. Este encastre robótico de acontecimientos demuestra que es una película insegura, incapaz de decidir qué es lo importante para ella como obra artística.

Al final-final, testimoniamos a través de un primer plano de Daniel Radcliffe envejecido digitalmente, cómo su hijito es enviado al matadero de Hogwarts para que repita la historia. Funde a negro y una orquesta interpreta a John Williams.

La majestuosidad de esta música compuesta en 2001 combinada con la taradez de lo visto en los últimos 5 años te hace pensar en lo que HP pudo haber sido. ¿Por qué no? En su plan de producción era jugado: secuestran niños y los esclavizan durante 10 años, así divierten en tiempo real a una generación. Ficción y reality; “crecer con HP”. Esta idea, sin embargo, se pudrió cuando los ejecutivos olvidaron que habían películas de por medio.

Columbus fue coherente tomándose el palo apenas intuyó que la adolescencia llegaba a la Warner.

Si esta histeria por la taquilla reactiva la saga, por favor que tome las riendas Gaspar Noé y nos cuente cómo HP se divorcia y combate su adicción a las pócimas mágicas.