Happy Hour

Crítica de Marcelo Cafferata - El Espectador Avezado

La ópera prima de brasileño Eduardo Albergaria “HAPPY HOUR” tiene como uno de los principales atractivos, el de volver a ver a Pablo Echarri en la pantalla grande en esta coproducción argentino-brasilera que bajo el tono de comedia, dispara dardos sobre otros temas que quedan por fuera de los conflictos amorosos de la pareja central.
Echarri es Horacio, un profesor de literatura latinoamericana que está radicado en Rio de Janeiro. Vive con su esposa Vera (Leticia Sabatella de participaciones en grandes producciones de la televisión brasilera como “El Clon” “Tiempo de Amar” y “Laberintos del Corazón”) con quien tiene una sólida relación y disfrutan, junto con su hijo, de una familia -en apariencia- muy feliz.
La historia comienza cuando uno de los principales delincuentes de Rio, un “hombre araña” que acecha trepando a los balcones de las familias pudientes, cae arriba del auto de Horacio y lo convierte automáticamente (casi) en un héroe popular con una gran difusión en los medios, de esas noticias que se replican sin cesar en los medios y ponen a nuestro protagonista en el ojo de la tormenta.
Este hecho impulsa y favorece –directa e indirectamente- a la candidatura de Vera como alcaldesa de Rio de Janeiro. Le permite mostrarse frente a los medios con la postal de un matrimonio perfecto y con un estrecho vínculo con su esposo, convertido en figura masiva popular, que ayuda indudablemente a catapultar su protagonismo. Pero, en el fondo, el matrimonio está en crisis.
Esa popularidad de Horacio ha acentuado más aun la atracción que una alumna siente por él, y ha decidido, después de pensarlo mucho, dar rienda libre a su deseo.
Pero Horacio no quiere ser infiel ni traicionar a Vera. Decide llevar abiertamente al seno de la pareja, el planteo de la posibilidad de dar lugar a esa pulsión, de tener intimidad con esa alumna, sin que esto signifique dejar de amar a su esposa o querer separarse de ella. Obviamente Vera no acepta ni consiente este tipo de situaciones, ni accederá de ninguna manera a la propuesta de su marido.
Pero a su vez, se siente atrapada por la situación, ya que no es un buen momento para plantear una separación dado que políticamente necesita imperiosamente mostrar solidez en su matrimonio, en sus proyectos y en su vida familiar y personal. “HAPPY HOUR” fundamentalmente habla de la honestidad, del espacio que podemos dar a nuestros propios deseos y de los valores en el mundo de hoy: tanto en la pareja como en la coherencia con ética propia y los ideales que uno mismo persigue.
La historia se construye en dos espacios que se entrecruzan pero que se narran en forma bien diferenciada.
Por un lado el de Horacio y Vera como pareja -un terreno más íntimo y personal que entra en crisis a partir del planteo de Horacio- y por otro, la historia de Vera como animal político que mide permanentemente la conveniencia de lo que se muestra y lo que se oculta, además de encontrarse fuertemente condicionada por su entorno que la ata a los vaivenes de un momento tan particular como el de la campaña electoral.
El hecho de “dar espacio a tu deseo” se repite subrayadamente a lo largo de toda la película, y aparece mezclado esas dos subtramas que Albergaria desarrolla sin que prime una por sobre la otra, pero con una superficialidad que no permite ahondar en ninguno de los temas que el guion propone y que quizás tenga como problema principal el hecho de estar escrito a varias manos (la del propio director, más las firmas de Carlos Thiré, Fernando Velasco y la colaboración de Ana Cohan).
El uso de la voz en off del personaje de Horacio presentándonos la historia, luego se vuelve abusivo y sobreexplica, sin sumar demasiado, lo que estamos viendo en pantalla. Un recurso, que, medido, hubiese funcionado mejor como nexo entre los dos espacios narrativos de “HAPPY HOUR”.
A Echarri se lo ve forzado y limitado con los problemas propios del uso de otro idioma (incomodidad mucho más acentuada en Pablo Rago en “Viaje Inesperado”, otra coproducción argentino-brasileña) aunque su carisma y su frescura hacen que se sobreponga a esas trabas, que aún así se perciben y resienten la conexión del espectador con la historia.
Su química con Leticia Sabatella, otra figura que inunda de frescura la pantalla, hace que la historia suene convincente, como también son valiosos los aportes del resto del elenco que completan Luciano Cáceres en un papel que le facilita mostrar su veta de comediante y que tiene los más amenos y divertidos del filme, más la presencia por parte del equipo carioca de Aline Jones y Marcos Winter.
Un Rio de postal turística de agencia de viajes completa el escenario de una historia con ribetes sumamente previsibles y con giros que son propios de todos los lugares comunes que podían presentarse ante el planteo central que en ningún momento logra despegar de un tono marcadamente televisivo.