Happy Feet 2: El pingüino

Crítica de Marcelo Zapata - Ámbito Financiero

Pingüinos animados y pajarraco transversal

Estrenada su primera parte hace cinco años, el público original de «Happy Feet» ahora ve películas para adolescentes o está en el límite del target. Ese largo «gap» entre ambos films hace de la secuela una producción completamente nueva, y no sólo en cuanto al interés que se podría tener en los avatares de sus algo olvidados personajes sino, sobre todo, en la avasallante y por momentos abrumadora tecnología puesta en su realización.

A diferencia de «Shrek», «La era del hielo», «Toy Story» u otros tantos largometrajes de animación serializados, «Happy Feet» no tiene protagonistas fuertes e identificables por los chicos, que ni siquiera recuerdan bien sus nombres apenas dejan la sala. Inclusive, hasta dudan acerca de quién es el verdadero héroe de la historia: si el padre Mumble, el hijo Eric, o el extraño Sven (una especie de pajarraco transversal, entre pingüino y gallina), que se convierte en el héroe por un día de la comunidad gracias a su extraño don de volar.

Si en el pequeño film inicial el nudo de la historia se limitaba al de los dotes de bailarín de Mumble, esta continuación, que comienza con el rechazo de tal disciplina por parte del heredero Eric, termina derivando en una aventura fantástica, tecnológicamente intensa, y saturada por todo tipo de mensajes ecologistas, éticos, solidarios, etc. En una palabra, la biblia básica del guionista contemporáneo de animación, tan distinta de los viejos deslices de incorrección de la Warner o Disney.

Hay un fuerte elemento épico en este nuevo «Happy Feet», que es lo que más disfrutarán los chicos: batallas contra depredadores, movimientos de glaciares ominosos, elefantes marinos de moral ambigua que terminarán colaborando, en esos lances, por el lado del bien, etc., y el mínimo toque sentimental indispensable (la eventual separación de la madre por culpa de un movimiento de hielos) como para que la fórmula termine de cerrar.

La versión doblada, como es forzoso, priva al espectador de las voces de esa pléyade de estrellas que dio las suyas a los distintos personajes, incluyendo a Brad Pitt y Matt Damon como Will y Bill, dos pequeños camarones (o, más correctamente, dos krilles), que representan los infaltables secundarios de soporte de la escuela Timón y Pumba, aunque sin esa gracia, claro.