Hannah Arendt

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

Hay en “Hannah Arendt”(Alemania, 2012), de la genial directora Margarethe von Trotta, la construcción de un biopic tradicional y filmado de manera simple, pero que vuela por la excelente actuación y compenetración de Barbara Sukowa con el personaje.
La película narra un momento particular de la filósofa y pensadora alemana, cuando escribió un reportaje para la prestigiosa revista The New Yorker, acerca del juicio a Adolf Eichmann, y que originó su trabajo y reflexión sobre la banalidad del mal.
Arendt es mostrada siempre ocupada, leyendo, fumando, dando clases, hasta que una foto la retrotrae al pasado, y ahí recuerda su juventud y su romance con Heiddegger.
Estas intervenciones disruptivas a modo de flashbacks seguirán a lo largo de todo el metraje sin interrumpir con la sucesión temporal. Cuando Arendt presenta su informe, en el que estuvo trabajando sobre la idea de la culpabilidad o no del pueblo alemán en el exterminio nazi, algunos la apoyan, pero la mayoría la comienza a odiar, principalmente el por sugerir la complicidad. Es curioso poder “ver” en acción a Hanna Arendt, y más cuando el interés de von Trotta radica en reflejar una Arendt en su cotidianeidad, amante eterna de su marido y de sus amigos, con los que charla horas y horas sobre diversos temas (más allá de la filosofía).
Ahí está su principal virtud, la de poder armarnos una imagen radicalmente diferente a cuando la leemos en el papel. A Arendt la mirada de los demás nunca la afecta y por presiones decide dar un discurso en el cual aclara una vez más los conceptos que la lanzarían a la fama mundial y que esta pequeña biografía tomó como punto de partida