Hanna

Crítica de Alejandro Franco - Arlequin

Hanna es un título con un pedigree interesante. Todo hace presagiar que se trata de una versión teen de Jason Bourne, pero el calibre de los involucrados termina por generar algo distinto y de mayor calidad que lo esperado. El responsable es Joe Wright, un tipo especializado en adaptar dramas de corte clásico como Orgullo y Perjuicio (2005) o Expiación: Más Allá de la Pasión (Atonement) (2007). En vista de eso, Hanna hace mayor énfasis en los personajes que en la acción, con lo cual se produce un thriller equilibrado y, por momentos, apasionante.

Si uno analiza en detalle, podrá ver que Hanna es material típico de Quentin Tarantino. Hay un fuerte tufillo de comic en todo el asunto, desde el momento en que vemos que el personaje principal ha sido educado desde su infancia para ser una asesina letal. Desde ese punto de vista, Hanna no difiere demasiado de los origenes de Diabolik, o del universo de letales caracteres secundarios de Kill Bill (en especial, Gogo Yubari).

Cuando a una niña le enseñan a armar bombas en vez de jugar con muñecas, los costos que termina por pagar semejante sujeto son altos. El filme, si bien es competente desde el punto de vista de la acción, prefiere afilar sus uñas en el terreno dramático y explorar el concepto de la inocencia robada del personaje. La supuesta educación formal que le provee el padre no deja de ser un lavado de cerebro concebido desde un punto de vista militar. La chica memoriza idiomas, datos geográficos, históricos y tácticos, de manera de ser un robot ambulante y letal. Cuando Hanna se encuentra en algún lugar y lo identifica, vomita una parva de datos geográficos, utiliza el dialecto local, y calcula las salidas de emergencia. El tema es que esta máquina de matar es, a su vez, una niña que jamás ha disfrutado la vida, que carece de urbanidad y cuyos conceptos morales están agarrados con alfileres. Cuando ella logra escapar de los cuarteles de la CIA y comienza un largo derrotero por media Europa (sin papeles ni dinero), se comporta como si fuera una extraterrestre. Se fascina con el parpadeo de un tubo fluorescente, o tiene reacciones exageradas como cuando intenta quebrarle el brazo a un adolescente calentón que quiso besarla.

Todo el relato despide un tufillo triste y trágico, simplemente porque el espectador se queda con la sensación de que la chica es un instrumento utilizado por un adulto contra otro, y a que ninguno de los dos realmente le interesa su suerte. Erik la ha formado para vengar a su madre y, si bien es cierto que él ayuda a la chica en dicha operación, a uno le queda la impresión que sus motivos son más egoístas. Digo yo: si Erik es normal, ¿por qué criar a la chica como un robot?. En ningún momento se siente una relación de afecto entre padre e hija (el libreto después se despacha con una explicación sobre este punto). Erik es frío, distante y perfeccionista. Jamás se preocupó por enseñarle a socializar a la adolescente y, por eso, cuando sale al mundo real la chica se siente como si hubiera caido en la fábrica de Willy Wonka. Todo lo que la rodea es raro, es distrayente... y es nuevo.
En el aspecto thriller, Hanna es eficiente en un sentido jasonbournesco. En el último acto, sin embargo, se presentan problemas. Aparecen elementos de ciencia ficción que intentan explicar como una pequeña adolescente puede vencer a un gorila de dos metros de altura que resienten un poco la credibilidad. Si bien dicho aspecto uno termina por digerirlo, hay otras cosas desprolijas que le impiden dar un cierre como se debe al filme. La suerte de la familia inglesa que la recoge en el norte de Africa es una de ellas - en cualquier otra pelicula hubiera sido el cantado broche de cierre para el relato -; la otra es la batalla final, en donde la suerte de los supervivientes queda en el limbo. Me parece un despropósito que uno se haya interesado por alguien durante 90 minutos y que luego el director venga y baje la cortina abruptamente sin dar más explicaciones.

Hanna es un muy buen filme. Es un thriller ok, que tiene un plus interesante y distinto. La dirección, el ritmo y las perfomances son muy buenas; el único reproche es el libreto, que sobre el final no termina de tener muy claro cómo clausurar todas las historias que había lanzado al ruedo.