Hambre de poder

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Los hermanos Dick y Mac McDonald pusieron su nombre a la cadena de comida chatarra más grande del mundo, pero no fueron artífices de su destino. Bueno, concedámosles además la idea, esta cosa fordista, de pequeños núcleos de gente abocados a distintas tareas para que la comida salga rápido, así como también la fórmula: una hamburguesa bien aplastada con no más de dos pepinitos encima.
Pero los hermanos eran conservadores. Quien los sacó del molde y arrojó la idea al mundo fue un entrepreneur salvaje llamado Ray Kroc –personaje cuya hipercinesia calza como un guante en la performance de Michael Keaton–. Kroc vio la tienda original de San Bernardino y compró la idea; vio los aros de la sucursal de Phoenix y se entusiasmó aún más.
Hasta entonces, los hermanos contaban con sólo tres locales. Krocpagó la franquicia y en 1954 fundó su local en Des Plains, Illinois, al que siguieron varios en ese estado, luego en Ohio, Wisconsin, Minnesota, y cuando llegó a la gran urbe de Chicago se planteó conquistar el orbe.
La película enfatiza la polaridad de las partes interesadas hasta llegar al conflicto: los McDonald son desconfiados, apuntan a que el nombre McDonald’s sea sinónimo de familia y estándares inamovibles; Kroc quiere que el nombre sea un antes y un después en la historia gastronómica. Quiere, en lo posible, llenarse de plata, cambiar a su esposa y, si los números lo requieren, también innovar –y así termina introduciendo una máquina de helados instantáneos que será el principio del fin de la sociedad–.
Los hermanos son geniales pero “buenudos”, y Kroc, un adicto a los discos de autoayuda que en los cincuenta promovían al self-mademan, o “hágase usted mismo”, no titubea en pisar cabezas con tal de cumplir su sueño.
El Kroc de Keaton es desaforado; no hay espacio para el humor en el ex Birdman y ex Batman, y es más oscuro que el mismísimo Caballero de la Noche. La película está demasiado pegada a la historia, lo cual no está mal, pero su dialéctica es excesivamente binaria y hay poco espacio para el factor humano de las partes interesadas. Pero bueno, en definitiva, se trata de narrar la historia de McDonald’s y su poco saludable sistema de fast food. Todo encaja.