Hambre de poder

Crítica de Carolina Taffoni - La Capital

Así nace un imperio

Todas las sucursales de McDonald’s tienen una placa de bronce con el nombre del “fundador” de la empresa: Ray Kroc. Y en el bronce se habla de “persistencia” y “liderazgo”. Esa es una especie de historia oficial, pero la historia real es otra: a principios de los años 50 Kroc era un vendedor ambulante de batidoras que un día se encuentra con un pequeño restaurant en el sur de California. Kroc queda deslumbrado: el negocio de los hermanos Mac y Dick McDonald tiene un singular sistema de montaje que le permite entregar hamburguesas cada 30 segundos. Además no tiene mozos y usa sólo material descartable. “Hambre de poder” se concentra en cómo Ray Kroc se asoció a los hermanos McDonald y les terminó robando de a poco la idea para construir el imperio de las franquicias que conocemos hoy. Como buen vendedor, Kroc era tan astuto como persistente, mientras los hermanos se refugiaron en sus principios de una manera un tanto naif. La historia en sí misma es apasionante y toca muchas aristas, desde el sueño americano en su apogeo, en los años 50, cuando todo parecía posible en Estados Unidos, hasta las prácticas sucias que se esconden detrás de las grandes ideas que se convierten en un negocio multimillonario. Sin embargo, el director John Lee Hancock (“El sueño de Walt”) se conforma con el camino de la biopic convencional, con un relato plano (a veces cercano al documental) que se sostiene solamente por el enorme empuje que tiene la historia real. En contraparte, el trabajo de Michael Keaton es excelente. Keaton convence en todos los matices de Ray Kroc, que puede ser tanto un seductor vendedor como un empresario sin escrúpulos y despiadado.