Halloween

Crítica de Marina Yuszczuk - Las 12 - Página 12

Chicas que gritan, asesinos sueltos, noches de persecución y acecho: así de fácil es definir el género slasher, un tipo de terror que nació con Halloween allá por 1978 y rodó como una bola de nieve para incorporar –en películas como todas las de la saga Halloween o las Scream de Wes Craven, que llegarían veinte años después– cada vez más gritos, más sangre, más sexo. En la primera Scream, hecha de cinefilia y autoconciencia, se enumeran las reglas de supervivencia del slasher como si fuera un juego demasiado drástico comandado por un loco: no hay que atender el teléfono, no abrir la puerta, no tratar de esconderse y sobre todo no coger jamás, porque lxs que cogen mueren. Fue Halloween la que construyó esa arquitectura simple y efectiva, cuyo poder simbólico se apoyó entre otras cosas en una de las piedras fundacionales de nuestra cultura: las chicas son frágiles e indefensas, y más si están desnudas, en la eclosión de esa energía sexual descontrolada que es necesario aplacar. El objeto de deseo del asesino, como el de la sociedad toda, es esa construcción denominada “la chica”, una mujer joven y dueña de una belleza hegemónica cuyo cuerpo debe ser atravesado por toda clase de reglas, prohibiciones y mandatos.

La historia de Halloween, escrita por John Carpenter y Debra Hill, no podía ser más simple: en la Noche de Brujas, un asesino asedia a un grupo de amigas para matarlas. Que la primera escena ofrezca una especie de antecedente no explica nada; sí, Michael Myers mató a la hermana cuando era apenas un nene y pasó los siguientes quince años internado en un manicomio, pero mucho de lo que pasa en Halloween es porque sí, y eso lo vuelve aun más perturbador. Porque está claro que las chicas son intercambiables y que, salvo la heroína, solo existen en tanto representación de la chica antes que como individualidades (si esto les suena, si se pueden trazar toda clase de conexiones con el modo en que la cultura percibe y regula a las chicas, es porque el terror es el género por excelencia a la hora de mostrar de mil modos posibles esta regulación de los cuerpos como pesadilla). En la serie que conforman las chicas, Laurie Strode (Jamie Lee Curtis) y sus amigas en este caso, hay un elemento que disuena y es precisamente la protagonista, la que es virgen, que tose cuando fuma porro porque no está acostumbrada, usa cancanes blancas y no se entusiasma con la prom night. La elección de Jamie Lee Curtis para el protagónico de la primera Halloween fue determinante porque le agregó algunos rasgos inesperados a esta especie de nerd: con la voz grave y levemente varonil y las facciones cortadas como con cuchillo, Laurie Strode es una figura que reúne distintos rasgos. Ella es la virgen, sí, pero como eran vírgenes las diosas griegas que en cierta forma eran varones, Atenea a la cabeza. Y también es la madre, que después de todo pasa media película a cargo de dos niñxs y con el delantal puesto.

Había mucho que no se explicaba en el mundo sin padres ni madres de Halloween, y de hecho ese minimalismo contribuyó a que tanto Michael Myers como Laurie Strode fueran figuras con un pie en lo mítico, personajes de ficción y a la vez representaciones del enfrentamiento de la chica con… cada unx puede decidir con qué. Tanto se borroneó el carácter real de Michael Myers –así como está borroneada su cara en la máscara que usa, y su cuerpo bajo el mameluco gris– que se lo llamó “La forma” (The shape). Halloween tuvo, en efecto, el gran acierto de crear un asesino que está al borde de convertirse en una criatura sobrenatural, de fuerza y resistencia física inexplicables y con un altísimo potencial metafórico, pero que sin embargo todavía es de carne y hueso, una representación del mal enmascarada pero a la vez completamente humana. Nunca hubo una explicación para esa cualidad doble de Michael Myers, al menos en la primera Halloween: presentado en la primera escena como un niñito de seis años, rubio angelical, que asesinaba a su hermana mayor disfrazado de payaso y con la impasibilidad de un loco, esos años que Myers pasó en una institución psiquiátrica lo convirtieron en un adulto pero sobre todo en una máquina de matar que, cuando se incorpora del suelo sin usar los brazos y gira la cabeza como un autómata, parece un antepasado lejano de Terminator. Y en todo caso, lo que se trataba de sugerir con un final abierto era que el asedio de La forma sobre sus víctimas era algo que continuaba en el tiempo, imposible de parar.

Carpenter siguió participando en los guiones de las siguientes Halloween pero no las dirigió, y se bajó definitivamente de la saga después de la tercera entrega. Las películas que siguieron a la de 1978 trataron de agregar información sin percibir que lo que hacían era pinchar con un alfiler ese globo vacío y perfecto que era la primera Halloween: ya en Halloween II se dijo que Laurie Strode era la hermana menor de Michael Myers, dada en adopción cuando era casi una bebé, y por lo tanto se particularizó y acotó el ensañamiento del asesino como un asunto de familia. En películas siguientes se recurrió también a la magia celta para explicar la fuerza casi sobrenatural del personaje, clara señal de que la saga estaba a la deriva a pesar de que Halloween H20 (1998) retomó a los personajes originales y los hizo mover en el mismo tablero que había establecido Carpenter. Lo que pasa es que aquella primera Halloween, precisamente porque provee información insuficiente para los parámetros contemporáneos, es misteriosa además de terrorífica, y nunca se pudo superar esa simpleza que lograba asustar a fuerza de aprovechar al máximo tanto la invisibilidad como la visibilidad plena de Myers y usaba el espacio para cargarlo de peligro. Quiero decir: nadie supo filmar como Carpenter una puerta semi-abierta, esos 20 centímetros de terror por donde se podía colar la muerte.

La nueva Halloween, con Carpenter como productor ejecutivo y escrita por David Gordon Greene y Danny McBride, hace lo que había que hacer: no solo respeta el estilo sobrio de la película de 1978 sino que borra de un plumazo todas las películas posteriores y retoma a Laurie Strode y Michael Myers exactamente donde habían quedado. Michael Myers sigue siendo un enigma, un hombre enmudecido que solo parece existir cuando caza y que pasó las últimas décadas preso. Laurie Strode es una Jamie Lee Curtis magnífica, poderosa y traumada a la vez, ya lejos de aquella chica inocente que Myers acosó por primera vez pero marcada a fuego por esa noche transformadora. Alejada de su hija por lo que parece pura obsesión y paranoia, Laurie pasó todos estos años entrenándose para un nuevo enfrentamiento con La forma, y es una combinación de abuela con Linda Hamilton en Terminator II (también entrenada para defenderse y en pésima relación con el hijo, algo mucho más complejo que la dupla buena o mala madre).

Claro que algo sale mal y, en medio de una ruta oscura, Michael Myers escapa. La nobleza de esta nueva Halloween, que rodea a sus protagonistas de una serie de personajes secundarios memorables, con diálogos perfectos, se demuestra en cómo cumple con las expectativas, cita muy esporádicamente la Halloween de 1978 y cuando lo hace, es con gracia y sobriedad. Al comienzo, por ejemplo, tres adolescentes conversan sobre Myers y Laurie Strode y uno dice, “¿Ella no era la hermana?”. “No”, corrige una chica, “eso es algo que inventaron para que diera menos miedo”. Hay escenas incluso que están calcadas de otras ya icónicas que involucran autos o roperos y son simultáneamente guiños y recursos para construir suspenso, pero las más significativas plantean directamente un intercambio de roles entre Michael Myers y Laurie Strode que acá, con un alto grado de autoconciencia y de poesía, son opuestos que se atraen. Ella, después de todo, es “the one that got away”, y si hay algo que la hace distinta del resto de las víctimas pasadas, presentes y futuras es la decisión de ya no serlo. La película hace terror con los mismos recursos que estableció Carpenter pero lo que cambia, decididamente, es la distribución de poder entre géneros, la representación de las mujeres y del horizonte en que se mueven: acá, por ejemplo, el sexo ya no es un tema, porque ningún personaje femenino se define por coger o no. Y además, hay un saber muy particular que pone a estas mujeres lejos de aquellas chicas desprevenidas. El cuchillo, por lo tanto, cambia de mano, y no solo pasa a Laurie sino a sus descendientes: abuela, madre, hija, se reúnen cuando por fin queda claro que luchar es la única alternativa y que no, el enemigo misterioso del que habló toda la vida la abuela no era solo un problema resuelto, mucho menos un mito. A través de ellas, esta Halloween dialoga con el presente feminista pero de modos indirectos y para nada complacientes o panfletarios, porque antes que heroínas ofrece un espejo donde mirarse en este linaje de mujeres que reciben de la vencedora Laurie Strode un solo legado: la idea de que el mundo es un lugar difícil y violento, y que les toca a ellas prepararse para enfrentarlo.