Halloween

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Crisis de identidad

Si bien estamos frente a una película poco memorable que no se decide entre la tragedia paranoide basada en un trauma, el slasher de adolescentes faenados y un thriller de venganza en el que el imponderable Michael Myers pretende ajustar cuentas con Laurie Strode (Jamie Lee Curtis), lo cierto es que el film en conjunto funciona -en términos cualitativos- como una hipotética secuela decente del período de declive de la franquicia, el que va desde Halloween 4: El Regreso de Michael Myers (Halloween 4: The Return of Michael Myers, 1988) a Halloween: Resurrección (Halloween: Resurrection, 2002). La historia en sí obvia los nueve corolarios que sucedieron a la obra original de 1978 de John Carpenter, evitando por consiguiente el arco narrativo que arrancó con Halloween II (1981) y que convierte a los dos protagonistas en hermanos, para un “borrón y cuenta nueva” que se parece mucho a prácticamente cualquier otro eslabón de la saga con Myers escapando del manicomio de turno y dando rienda suelta a una flamante masacre un 31 de octubre.

Lejos de las dos primeras e interesantes continuaciones controladas por Carpenter, esa Halloween II ya citada y la gran oveja negra del lote, la injustamente marginada Halloween III: Noche de Brujas (Halloween III: Season of the Witch, 1982), aunque también de las anteriores entregas de Rob Zombie, las sanamente irrespetuosas Halloween: El Comienzo (Halloween, 2007) y Halloween II (2009), esta nueva Halloween (2018) apuesta por una perspectiva que pretende ser purista/ ortodoxa/ conservadora con respecto al trabajo de Carpenter pero termina cayendo en todos los problemas -y en algunos de los aciertos- del cine contemporáneo, como por ejemplo el exceso de autoconciencia, la falta de ideas novedosas, la obsesión con construir un producto que satisfaga a los fans menos exigentes, diálogos muy poco atractivos, un sustrato sexual que brilla por su ausencia y el fetiche con incluir todos los benditos estereotipos del rubro en cuestión en lo que parece ser una propuesta armada más por androides de marketing que por creadores del ámbito artístico.

Aquí Strode es una especie de fanática promedio yanqui de la supervivencia que estuvo 40 años preparándose para un eventual regreso de Myers, el cual asimismo parece haber estado craneando en silencio durante ese tiempo su fuga del neuropsiquiátrico en el que lo encerraron luego de ser capturado como consecuencia de aquella carnicería de Halloween (1978). Hasta el esperado encuentro en el último acto entre los dos “pesos pesados” de la franquicia debemos fumarnos unas dos terceras partes de crisis de identidad que sin resultar insoportables, de seguro generan la sensación de otra oportunidad desperdiciada tracción a desniveles narrativos y dicha inseguridad por parte del film sobre su mismo carácter (por lo menos las secuelas bobas de las décadas del 80 y 90 sí tenían en claro que su núcleo era una catarata de muertes y nada más). La idea de fondo de borrar el talante indestructible y decididamente sobrenatural del asesino pronto queda en nada porque aquí vuelve a ser una fuerza imparable que continúa con vida después de disparos, cuchillazos y ser atropellado.

Ahora bien, lo que realmente justifica ver este opus de David Gordon Green, más allá de la simple curiosidad, es todo el segmento del desenlace que sí resulta satisfactorio porque eleva el suspenso y ofrece secuencias de verdadera tensión y peligro en las que Laurie, su hija Karen (Judy Greer) y su nieta Allyson (Andi Matichak) se defienden a toda pompa del maníaco homicida. Green, quien no entregaba una película amena desde Joe (2013), a priori se asomaba como un director compatible con el proyecto por su origen indie y porque había edificado algún que otro producto potable de género, sin embargo el horror es harina de otro costal y pocos realizadores saben explotarlo al máximo sin recurrir a enfoques tan fundamentalistas como el presente, donde el ritmo pausado y la nostalgia no equivalen de por sí a logros cinematográficos. El éxito comercial del original de Carpenter, una obra menor dentro de su carrera y un film copiado de los giallos mucho más aguerridos de Dario Argento, fue más cultural/ histórico que otra cosa ya que obedeció al minimalismo de la propuesta y el ambiente social reprimido y retrógrado de siempre de Estados Unidos, al que apeló aquel convite de fines de los 70 mediante la figura del psicótico camuflado en unos suburbios burgueses, idiotizados y hedonistas. En esencia todo tiene que ver con la hipocresía e inequidad de la industria cultural internacional contemporánea: en vez de darle un presupuesto digno a Carpenter para que vuelva a filmar, nos debemos conformar con otro eslabón apenas pasable de una saga más que agotada en el que el mítico cineasta por lo menos compuso la música y se lleva un cheque con el cual seguir viviendo en el olvido…