Halloween kills

Crítica de Ezequiel Boetti - Otros Cines

David Gordon Green vive una de las etapas más desafiantes de su carrera. Al estreno de Halloween Kills –segunda parte de una trilogía a su cargo que arrancó con Halloween en 2018 y terminará en 2022 con Halloween Ends–, se sumó la reciente confirmación de que se pondrá al frente de las tres películas (hasta ahora se sabía que dirigiría la primera) del regreso de El exorcista, el clásico más clásico del cine de terror.

Aunque haya dicho que se tratará de una secuela, resulta imposible saber qué hará Gordon Green con una trilogía que tendrá los ojos escrutadores más atentos que nunca. Ojalá no repita la fórmula de Halloween, que vuelve a aplicar las mismas situaciones de siempre a un relato que, como nueve de cada diez segundas partes de una trilogía, es poco más que una transición hacia la parte final.

La película recupera escenas de films anteriores de la franquicia para afirmarse en una tradición, haciéndose cargo de un linaje que ya supera las cuatro décadas. Todo arranca en los momentos posteriores a la entrega anterior, justo durante la celebración de fines de octubre en el pueblo de Haddonfield, cuando el hombre de la máscara vuelve a la luz (o a la oscuridad, porque casi toda la película transcurre durante una noche) para achuchar a quien se le ponga adelante. Su obsesión sigue siendo Laurie Strode (Jamie Lee Curtis), quien en la película de 2018 intentaba, cuando no, matarlo, en este caso incendiando la casa con él adentro.

Pero Michael Myers tiene más vidas que todos los gatos del mundo juntos y sobrevive, mientras que ella termina con su hija y su nieta rumbo al hospital. Puertas afuera, toda la comunidad intenta dar con el paradero del asesino, que -sin embargo- parece, además de inmortal, imposible de atrapar. Es así que va por las calles apilando cadáveres sin distinción de edad ni de género. La película, entonces, sostiene su módico interés en la posibilidad de que alguien pueda detenerlo –algo difícil, dado que, si ocurre, no habría trilogía– y en un body count que supera con holgura la docena. Un poco más (o menos) de lo mismo.