Halloween 2

Crítica de Eugenia Saúl - Crítica Digital

Splash rojo shocking

Esta secuela empieza exactamente donde terminó la anterior, remake de aquel film de 1978 en el que John Carpenter creó al legendario asesino Michael Myers. Porque la máquina de matar supuestamente acabada se escapa de la ambulancia que lo transporta al comienzo de Halloween 2, asesina a los paramédicos y camina por la ruta hasta la heroína hospitalizada Laurie Strode (Taylor-Compton), que otra vez debe defenderse.

Así, en los primeros diez minutos, el director pone otra vez a la bestia a seguir el rastro de su víctima predilecta, en un inicio perfecto de suspenso y salpicaduras de sangre. Sin embargo, ese potencia inicial se desdibuja rápido, si puede decirse eso de una película que justamente se apoya en la ilustración por la ilustración misma. Porque lo lindo de la sangre y las imaginativas formas de asesinar encuentran su cauce un poco en detrimento del relato que las contienen. Y porque Zombie encandila con tanto splash rojo shocking, algo que nunca es suficiente en este género, a menos que sólo eso constituya el atractivo del film. De todos modos, hay que decir a favor de este film que se encuentra más cerca de Carpenter que de El juego del miedo.

Por otro lado, hay un detalle más que distrae: Myers nunca fue mayormente “explicado” en las originales; se lo retrató como un psicópata producto de un trauma, nada más. Y ante la culpa de dejar a un hombre clavando un cuchillo, el director lo “contiene” con imágenes sobrecargadas de sentido: flashbacks y visiones extrañas de su madre o de un caballo blanco.

Después de la primera media hora, Zombie descuida los puntos fuertes de la historia. Hay tres líneas paralelas: el regreso del asesino al pueblo y las víctimas que va acumulando en su camino; el deterioro mental de la chica, que sufre espantosas pesadillas; y el desarrollo del antiguo psicólogo de Myers, el doctor Samuel Loomis (McDowell), que se ha convertido en un autor que aprovecha la figura de su ex paciente para vender su best-seller. Tres líneas que, otra vez, convergen en un final recargado de sentido.