Hacer la vida

Crítica de Paula Vazquez Prieto - La Nación

Como en un baile de disfraces, cada personaje de Hacer la vida esconde su verdad tras la mejor máscara. La Rusa (Raquel Ameri), sus sueños de natación olímpica tras la espera de un marido que no llega; Lucy (Bimbo), el anhelo de escapatoria hacia las tierras del Sur; Mónica (Victoria Carreras), una maternidad delegada en el cuidado obsesivo de su perro Aquiles. En el patio central de un viejo edificio porteño, esas historias arman un teatro curioso en el que las vidas se encuentran y desencuentran, se encaminan y desvían tras el velo de su propia representación.

Sin embargo, lo que parece una idea atractiva, nunca encuentra la soltura a la que aspira. Cada personaje se sostiene apenas como una isla, con parlamentos impostados y relaciones forzadas por el andamiaje del guion. La película de Alejandra Marino no termina nunca de encontrar su equilibrio, de conjugar los destinos de sus criaturas más allá de la imposición de esa convivencia en el espacio. Lo que podía ser una comedia ácida se anula en momentos dramáticos fuera de tono, en interpretaciones dispares, en un relato que nunca está a la altura de la chispa que parecía originarlo.

Lo mejor está en el choque subterráneo entre Lucy y su madre, la joven rebelde y la dama con ideales de otra época, con sus visiones y su tiranía mística. En la tensión interpretativa que consiguen Bimbo y Luisa Kuliok se despliegan los únicos destellos de comedia que la película consigue con fluidez y verdadera gracia.