Hacer la vida

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

A raíz del cierre de las salas, el INCAA lanzó Jueves estreno, un plan que permite que las películas que no pueden ser exhibidas en cines por la pandemia de coronavirus lleguen al público a través del canal CINE.AR y la plataforma de video a demanda CINE.AR PLAY. De ese modo cumplen con uno de los requisitos indispensables para percibir los subsidios: el estreno comercial.

Uno de los títulos seleccionados para este ciclo de emergencia es Hacer la vida, de Alejandra Marino. Se trata de un drama coral con historias entremezcladas de mujeres que coinciden en una suerte de conventillo: una anacrónica ambientación al estilo de un sainete de Vaccarezza versión 2020. Pero en esta anticuada pintura costumbrista lo central no es el humor, sino la sensiblería.

Ninguno de los personajes es privado de su cuota de melodrama y lugar común: la inmigrante ucraniana que supo ser campeona de natación, pero ahora vende café por la calle y sueña con volver a una pileta mientras anhela que su marido venga de Europa; la adolescente tucumana que trabaja como empleada doméstica y espera un bebé que su patrona le quiere comprar; la bailarina frustrada que sueña con ser Odette en El lago de los cisnes; la madre soltera desocupada que tuvo que volver a la casita de la vieja.

Poco y nada hay para rescatar en esta película que recuerda, tanto en realización como en contenido, a algunas de las peores telenovelas nacionales de las décadas del ‘70 y ‘80. Casi todo está filmado en interiores que no se condicen con el edificio donde transcurren las historias; la iluminación, los encuadres y el sonido son rústicos; el guion es una ensalada de supuestas “problemáticas actuales” y estereotipos de todos los tiempos.

A excepción de Raquel Ameri, las actuaciones completan el despropósito: ni los nombres más conocidos del elenco (Luisa Kuliok, Victoria Carreras, Bimbo Godoy) se salvan del naufragio de un producto que, en el mejor de los casos, está condenado al consumo irónico.