Hablemos de amor

Crítica de Guillermo Colantonio - Fancinema

SABOR A NADA

Cuando comienza la película de Rubini, un pescadito asume la narración y un gato simpático recorre el ático de un pintoresco departamento en Roma. Estos dos indicios, que presagian cierta ligereza, se pierden inmediatamente cuando la cámara se mete para no salir más del interior de la vivienda. Más tarde, uno de los personajes dirá en algún momento que “no hay que temerle a los animales sino a los humanos”. Y la sentencia se cumple: la espontaneidad del principio le cede el trono a los trillados conflictos de dos parejas que aburren con su ballet dialéctico de poses y habladurías, en medio de gritos, histeriqueos y lugares comunes. Una vez más, los humanos dejan mucho que desear.

Hablemos de amor transcurre en un único espacio dramático y la puesta en escena es pesadamente teatral, lo cual conduce al hastío. A diferencia de otros cineastas que incurrieron en la misma modalidad de encierro, aquí lo que prevalece es el texto como significante supremo, de manera tal que los cuatro protagonistas no son más que marionetas destinadas a sacudir verbalmente, cuando les toca, algún enunciado que haga avanzar la trama, tal como demandan los tiempos del teatro. Este excesivo cálculo ilumina las costuras de un guión bastante estereotipado y oscurece la posibilidad de ver un trabajo de cámara que alimente alguna esperanza de cine posible. Una pareja progre se desayuna con la ruptura de otra y desde ese momento cada uno de los integrantes tendrá su momento para esgrimir reproches, confesar infidelidades y exponer frustraciones. Más allá de dos o tres líneas astutas que despiertan algún esbozo de sonrisa, el resto no depara más que la sensación de claustrofobia y monotonía.

La comedia es, tal vez, el género que más expuesto queda si no funcionan sus resortes. Y la película de Rubini nunca levanta, jamás se recupera del sopor que provoca la recurrencia y la falta de matices en sus personajes. Estrenos como éstos confirman la crisis de una cinematografía que supo albergar “verdaderos monstruos” y despiertan la necesidad de reverlos una vez más.