Había una vez... en Hollywood

Crítica de Rodolfo Weisskirch - Visión del cine

Se estrena Había una vez… en Hollywood, el noveno film de Quentin Tarantino. Un tributo a los actores olvidados de la televisión de la década del 60, con la cinefilia y el humor negro que son la marca del director. Leonardo Di Caprio y Brad Pitt le aportan corazón y melancolía a sus personajes.
Érase una vez, a finales de los 60, un lugar donde los sueños se hacían realidad. Donde un director polaco, que en su infancia escapó de campos de concentración nazi, se convertiría en un ícono cultural y se casaría con la actriz más deseada de la década. Donde los hippies serían tratados como una especie de plaga, las leyendas de los 50, aquellos pioneros de la televisión, quedarían en el olvido, y las artes marciales serían el deporte de moda. Ese lugar se llama Hollywood.

Y ahí es donde se crió Quentin, un niño de 6 años, que se educó en base al cine, las series y la música de aquellos tiempos. Y como todo niño, hijo único, solitario, Quentin también fantaseaba. Fantaseaba con recuperar a aquellos héroes de antaño, de revivir a esos íconos sexuales que despertarían su temprana líbido

Había una vez… en Hollywood es esa fantasía. Es un cuento de hadas mezclado con western, una epopeya melancólica de perdedores y jóvenes promesas. Durante toda su filmografía, inclusive esta película, Tarantino intentó recuperar artistas olvidados, dándoles la oportunidad de destacarse una vez más en la pantalla grande. Había una vez… toma este concepto como premisa argumental: dos figuras que llegaron a ser exitosas y hoy, febrero de 1969, deben agarrar lo que puedan para sobrevivir.

Es un homenaje al cine, y una crítica a la feroz industria televisiva y la cultura del chisme. Rick Dalton (Di Caprio) y Cliff Booth (Pitt) fueron la estrella, y su doble de riesgo, respectivamente, de una exitosa serie de los 50. Ahora, Dalton cumple roles de villano invitado en series, pasándole la posta a nuevas estrellas, llorando por oportunidades perdidas y propuestas que él considera clase B, en Italia. Cualquier similitud con la historia de Clint Eastwood es pura coincidencia.

Paralelamente a estas historias de derroteros y fracasos artísticos, está el contrapunto: el ascenso de Sharon Tate, la esposa de Roman Polanski, viviendo el sueño americano. El camino de los tres personajes convergerá en Cielo Drive, sitio donde seis meses más tarde se desataría la masacre liderada por Charles Manson.

Había una vez… no sólo se destaca por su meticulosa puesta en escena, una reconstrucción detallada del Hollywood de 1969, con hippies incluidos (drogadictos marginados sociales excluidos del sistema desde el punto de vista de Tarantino) sino por el respeto y al mismo tiempo la relectura que hace el director de esa época casi sagrada. Hay un viaje introspectivo, que nunca se vuelve solemne, sino por el contrario contiene mucho humor negro, sobre el miedo al fracaso y la resignación al paso del tiempo. Pitt, en ese sentido sale bien parado, siendo consciente de su físico y explotando cada arruga de su rostro, mientras que Di Caprio sigue por esa fina línea de interpretación absurda-dramática que le dio buen resultado en El lobo de Wall Street.

Y justamente de Scorsese, Tarantino toma cierta anarquía para narrar, para no anclarse literalmente con una típica trama lineal. Elige con arbitrariedad tres momentos de la vida de los personajes: una presentación al inicio, tres horas de un día bastante movido, y un epílogo violento pero imprevisible.
El resultado de todo esto es un collage, por momentos, un poco extenso y caótico, lleno de caprichos de montaje, con un diseño sonoro magistral (una radio suena permanentemente, cambiando de dial, y de ahí salen fragmentos de temas emblemáticos) y una total conciencia narcisista de quién está narrando el cuento: Quentin Tarantino. El director no aparece, pero tampoco se esconde. Intérpretes que ya pasaron bajo su dirección hacen cameos vestidos igual que en las obras previas. Los protagonistas pasan delante de decorados de otras películas, recreando implícitamente pequeñas escenas.

El ego de Tarantino es tan grande acá, que termina expulsando a muchos espectadores cinéfilos que sólo quieren disfrutar del cuento pero, al mismo tiempo, todos estos caprichos se encuentran justificados en la narrativa. Tarantino se compara con los autores extranjeros de aquella época. El cuidado de la puesta en escena (notable fotografía de Richardson) radica en los detalles, y la pasión del realizador de mezclar a sus antihéroes dentro de films reales y personajes que en verdad existieron.

Los mitos conviven con la ficción en Había una vez… en Hollywood. Y no hay que enojarse porque el vehículo para el tributo sea el ícono y no el personaje real. Se trata de una fantasía.

Hay excesos que le juegan en contra. Actores desaprovechados (los cinco minutos de Bruce Dern son maravillosos), escenas demasiado extensas, flashbacks y narración en off caprichosa, pero Tarantino tiene completo control sobre eso, y sin los Weinstein pisándole los talones, hace lo que quiere… y le sale bien. Al menos, con mejores resultados que su película anterior: Los 8 más odiados, un western sin alma, en piloto automático, demasiado extenso y con poco ingenio. Acá por lo menos, hay empatía por los protagonistas y una melancolía explícita, que explota con una última secuencia que lleva su grotesca firma.

Con profundos trabajos interpretativos de Di Caprio, Pitt, y, aun con poco diálogo, de Margot Robbie y un remarcable conocimiento del universo que está retratando, Tarantino concreta con Había una vez… en Hollywood, un homenaje mágico a los héroes e íconos de su infancia. Aun, cuando su ego cinéfilo y la extensión le juegan un poco en contra, el film se destaca por el dejo de melancolía y optimismo que despiertan sus protagonistas, y el tono general de la obra, qué, sin duda, en algún momento, será de culto.