Había una vez... en Hollywood

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

Un mundo perfecto

El último filme del director de la premiada “Tiempos violentos” (1994) (entre otras joyitas), plantea un doble problema, una eventualidad sería dejarse seducir por la excelencia de su estilo narrativo, otra empezar a despegarse desde la crudeza que se establece a mitad de la supuesta fábula.

Claro que en ambos casos lo que queda impregnado es el amor, más acertadamente hablando, el homenaje al Hollywood que supo ser o al cine en general. Sin dejar de lado el efecto de la televisión que parece haber anclado en su persona desde niño.

Desde su estructura la película juega con los tiempos como ya dio muestras de saber hacerlo, aquí al manejo de las analepsis de manera brillante, le agrega trabajar la variable temporal desde la música, en varias oportunidades las canciones van dando lugar al establecimiento del paso del tiempo, poco o mucho, según lo acompañe con la imagen, las acciones de los personajes, o el simple uso de la luz.

Esta posibilidad subyuga pues, si bien el cuento en sí mismo no parecería importarle, si lo son los personajes en los que se sostiene el relato, dos son claras invenciones de su mente, pero arraigados en la historia misma de la meca del cine, sintetizando en ellos dos a muchos personajes reales.

En este sentido es que lo narrado empieza a desdibujarse, sino sucede de forma fehaciente se debe a los actores protagonistas, tanto Leonardo Di Caprio y Brad Pitt componen sus personaje de manera magistral, le dan los tonos necesarios, los momentos justos a sus devenir.

La tercera es una vida real, nada menos que la malograda Sharon Tate, esposa de Roman Polansky. Su vida poco conocida, con su trágico final, dio lugar a muchas películas.

Estos tres personajes constituyen otras tantas tramas, líneas que en algún momento se entrecruzaran.

En medio el director dispone de una andanada de municiones para poner su mirada sobre los recuerdos encubridores, los suyos y de los espectadores, cinéfilos o no.

Para llegar al clímax de una historia que fue.

Como si dijera que hubo un antes y un después de esos sucesos que enlutaron al cine, a Los Ángeles, a Hollywood, y lo siguen haciendo.

La historia nos ubica en enero de 1969, nos encontramos en Hollywood. La estrella de un western televisivo, Rick Dalton (Leonardo Di Caprio), intenta mantenerse en el estrellato, aunque su estrella se fue apagando sin que él lo pueda registrar, lo hace tratando de adaptarse a los cambios del medio, al mismo tiempo que su doble Cliff Booth (Brad Pitt) sigue fiel a su compañero de set, porque su vida está totalmente atada a él, por amistad, o necesidad.

Mientras que la vida de Dalton está ligada completamente a Hollywood, es vecino de la joven y prometedora actriz y modelo Sharon Tate (Margot Robbie), quien acaba de casarse con el prestigioso director Román Polanski, a quien admira casi en secreto.

Planteado como un juego, el filme se va deslizando en tono de comedia, hasta que se produce una ruptura en el desarrollo de la historia, posiblemente la escena de mayor tensión de toda la producción, mostrando las mejores herramientas que posee el realizador.

Realmente nada va sucediendo, pero toda está en situación como barril de pólvora, la secuencia transcurre en un viejo rancho en el que está establecido Charles Manson y sus seguidores,

En este cambio de tono que propone es que se produce la ruptura con la empatía de ligereza y juego producida a lo largo de lo que se fue desarrollando, desde mostrar a un Steve McQuenn celoso o presentar a Bruce Lee de forma casi caricaturesca.

El filme se vuelve, a partir de ese quiebre más sombrío, más violento si se quiere, ¿Mas Tarantino? Se anticipa desde ese cambio y de las sensaciones que van surgiendo en el espectador que va aplicando sobre el “Había una vez…” del titulo.

Posiblemente no sea lo mejor de Quentin, lejos de “Bastardos sin gloria” (2009), una realización que destilaba un deseo profundo de gran parte de la humanidad, o “Los 8 más odiados” donde pone en tela de juicio la constitución de su propio país.

Esta parece una conjunción de ambas ideas, la ficción plantea otra posibilidad donde la realidad estipulo un cambio en la forma de vivir en esa parte de la ciudad.

Es por esto que se puede enunciar como una película compleja y simultáneamente portentosa que se mece entre las variables de una quimera y una esperanza, establecida desde la nobleza y labilidad de los mismos personajes, no todos claro, reales o ficticios que, realidad mediante, han sido prematuramente desalojados de un sueño que se destruyó en una noche fatídica.