Había una vez... en Hollywood

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

La nueva película de Quentin Tarantino, "Había una vez… en Hollywood", es un homenaje, muy a su estilo, al corazón de la industria cinematográfica, y el estilo de vida que la rodea. Su desparpajo, y su deleite visual y actoral, se reciente por una desbalanceada y extensa duración. ¿Cuántas anécdotas se esconden detrás de las puertas de un set de filmación? ¿Cuán rico es el mundo en el que se mueven las más rutilantes estrellas?
Hollywood no es solo la meca del cine industrial, el polo cinematográfico mundial más grande del planeta (por más que haya otros países como India y Nigeria que produzca más en cantidad, la importancia como industria no resiste comparación con nadie); es un estilo de vida, un modo de hacer las cosas, unos lentes con los que ver la realidad.
¿Qué mejor que un director como Quentin Tarantino para transmitir ese estilo de vida? El director de "Tiempos violentos" hizo de la cinefilia su razón de ser. Toda su filmografía se basa en su amor por el cine, revisitado en diferentes homenajes a géneros y estilos particulares. Tarantino ama el cine de género, tiene conocimiento de cine estilo Clase B, y puede hablar de películas desconocidas por un público mayoritario.
Pero esta vez, con algunos matices, el homenaje es al corazón de Hollywood, y en los años en los que ese estilo de vida estaba en su apogeo, y a punto de recibir su tiro de gracia.
Son los años ’60, Rick Dalton (Leonardo DiCaprio) es una ¿ex? estrella televisiva de los años ’50 que protagonizó su propia serie de western con muchísimo éxito. Pero la arruinó cuando quiso probar sin suerte una carrera en el mundo cinematográfico. Descuidó la serie, y se quedó sin el pan y sin la torta. Rick vive en Hollywood junto a su doble de riesgo personal, Cliff Booth (Brad Pitt) con el que mantiene una relación de camaradería y cuasi hermandad, pese a tratarlo más de una vez como un lacayo.
Ambos gozaron de las mieles de Hollywood y aún lo hacen gastando los últimos cartuchos. Rick recibe la visita de un productor ítalo judío (Al Pacino) que le propone pegar el salto y aceptar protagonizar una serie de películas estilo B para la industria italiana.
Spaguetti Westerns, imitaciones de taquillazos como los films de espionajes de James Bond, y otros proyectos que no tienen ni el glamour, ni el presupuesto, ni la fama de las grandes películas de Hollywood...
Pero es trabajo asegurado, y no pagan mal, aunque las exigencias sean otras. Rick y ¿Cliff también? entran al ruedo otra vez. Paralelamente, transcurre lo que más llamó la atención desde que se anunció la realización de "Habia una vez… en Hollywood".
Rick y Cliff son vecinos de dos personalidades muy particulares, Bruce Lee (Mike Moh), y Roman Polanski junto a su mujer, la incipiente actriz, Sharon Tate (Rafal Zawierucha y Margot Robbie); y por la zona se corre el rumor de una comunidad hippie muy llamativa, liderada por un tal Charles Manson (Damon Herriman).
"Había una vez… en Hollywood" tiene una duración de 161 minutos, algo usual para el director de "Los ocho más odiados", pasarse de las dos horas.
En esas más de dos horas y media, la narración pareciera estar bien diagramada, el asunto es que no todo tiene el mismo peso e interés. Su primera hora y media (una película promedio entera) se dedica a presentar personajes y homenajear al estilo de vida de Hollywood con luces y sombras, con glamour y con miserias del estilo Clase B, siempre en el tono paródico burlón del director.
Comienza con vigor y brillo, para luego perderse. Recién en su última hora, a partir de que ocurre un hecho trascendental en el argumento, la historia toma forma definitiva, y cuenta una historia concreta más relacionada con el clan Manson y su contacto con los dos protagonistas.
En este punto, "Había una vez… en Hollywwod" alcanza una ferocidad increíble y se convierte en un verdadero festín, pero para eso, debemos atravesar un camino disperso, con varias historias que no se unen y sólo se mezclan con el propósito de mostrar un estilo de vida de la época y homenajear a modo de onanismo al mundo de la cinefilia con códigos internos de todo tipo.
Como ya es usual en el universo Tarantino, el publico cinéfilo tiene carta blanca, es más considerado, y tiene más juguetes, que aquel que llega lateralmente. Tarantino tiene una necesidad de demostrarnos cuánto sabe del mundo del cine, más que nosotros, simples espectadores, y se regodea en eso; como el nene al que sus padres le compraron el juguete que todos en el barrio quieren pero no tienen… y ya se sabe lo odioso que son esos nenes presumidos.
Hollywood se rinde ante los pies suyos, cuenta con el mejor equipo para entregar una banda sonora que es un lujo, y un trabajo en fotografía, montaje, vestuario, escenario, y composición de cuadro, de una exquisitez absoluta.
También se da el privilegio de poblar la película de cameos varios, y no solo le alcanza con un elenco principal que es un lujo, ofrece participaciones pequeñas a gente como Kurt Russell, Michael Madsen, Bruce Dern, Timothy Olyphant, Dakota Fanning, Rummer Willis, Danielle Harris, Maya Hawke, Rebeca Gayheart, Luke Perry, y sigue la lista de firmas. Di Caprio y Pitt se divierten y orecen ambos trabajos interpretativos enormes.
Simplemente se luce más DiCaprio, porque durante gran parte, su personaje está más tiempo en pantalla, y pareciera ser el que mueve la película. Pero ambos merecen fuertes aplausos. Margot Robbie logra demostrar su talento como actriz, más allá de que Sharon Tate está lejos de ser un personaje protagónico en la película, y durante gran parte su historia es un adorno que no se integra.
Todo se ve hermoso y enorme en "Había una vez… en Hollywood", pero la historia no siempre acompaña. Tarantino vuelve a demostrar ser ese director desbordado, excesivo, con una necesidad de exponer más de lo necesario. Cuando adquiere un tono más concreto, cuando el homenaje al cine de género deja de ser sólo en datos y se vuelca en la narración y en la ferocidad de las escenas, "Había una vez… en Hollywood" se convierte en la gran película que pudo ser.
Pero para eso tuvimos que recorrer un largo camino.