Había una vez... en Hollywood

Crítica de Alejandro Franco - Arlequin

Once Upon a Time… in Hollywood es una película falsa. Tan falsa como Brad Pitt pisteando con un VW Karmann Ghia – el cual era la misma batata que el Escarabajo (usaba el mismo motor!) sólo que con carrocería cool -. Es por eso que acá no se aplican las leyes del mundo real. La historia puede ser modificada. Bruce Lee puede ser vencido por Brad Pitt. El actor en la mala que compone Leo DiCaprio pudo haber protagonizado El Gran Escape. O haber estelarizado algunos spaghetti westerns memorables. La trama está plagada de invenciones, leyendas urbanas y fabulaciones. Usando como escenario el Hollywood de finales de los años 60 – con la decadencia del Star System, el surgimiento del cine adulto y exploitation, y la derrota del Hollywood tradicional a manos de una nueva camada de directores independientes y actores de raza -, Tarantino se despacha con esta fantasía nerd e hipercinéfila que podrá ser un orgasmo para veteranos amantes del cine y la historia (como yo)… pero que resulta un bodrio lento e indigerible para las generaciones modernas. Si vivís para Instagram, Facebook, la cultura de los likes y emoticones y no tenés ni la mas pálida idea de quién era Charles Manson, ésta película no es para vos.

Pero aún para los fanáticos a ultranza de Tarantino el filme resulta demasiado indulgente. Tarantino aplica todo su conocimiento enciclopédico sobre cine para reconstruir una época, una cultura y una sociedad, pero los flashes se acumulan hasta el punto de bordear la saturación y la historia avanza poco. Los personajes quedan delineados en trazos gruesos, pero nunca son dramáticamente profundizados. Es como si Tarantino se hubiera quedado encandilado con el escenario y no quisiera apagar nunca la cámara, extasiado con lo que capta la lente aunque sea trivial o aunque lo que ocurre frente a ella haya pasado narrativamente su punto de gracia. Desde avisos publicitarios de series de la época (Los Invasores, FBI, Combate, etc) hasta marquesinas plagadas de títulos como The Wrecking Crew, Funny Girl y tantos otros; los cines con sistemas Cinerama; los carteles de neón con flagrante estilo vintage; series y películas en las que aparece el personaje de DiCaprio, ya sean parodias de títulos conocidos (su tira Bounty Law cumple con todos los clisés de las series western de la época, desde El Virginiano hasta La Ley del Revólver), o metiendo digitalmente a Leo en títulos reconocidos, ya sea el ya mencionado test de rodaje de El Gran Escape o un capítulo de la serie FBI; el rodaje en lugares históricos, como el rancho Spahn o Cielo Drive, que era la calle privada donde Sharon Tate y Roman Polanski tenían su residencia al momento del ataque del clan Manson (y donde DiCaprio resulta ser su circunstancial vecino). Pero en todo ese caleidoscopio de recuerdos, imágenes de maravilla, pósters falsos y nostalgia profunda, la historia central – la del actor en la mala y su mejor amigo, el stuntman que dobla sus escenas de riesgo desde hace años – es superficial. DiCaprio y Pitt están reducidos a caricaturas – el actor ególatra capaz de dispararse en sus propios pies por terribles decisiones artísticas a costa del respeto como estrella y el lugar en la marquesina; el doble de riesgo que vive en la modestia, cuida con nobleza a su amigo borracho y abusador, y mantiene una actitud zen sobre la vida – y no tenemos mucho para conocer sobre ellos mas allá de sus exageraciones y borracheras. En realidad son guías para el tour que Tarantino nos ha preparado, en donde de a ratos surgen escenas brillantes – la actriz infantil que se cruza con DiCaprio en un set y empieza a hablarle como si fuera una veterana de la industria, sermoneándole sobre la necesidad de inspirarse en la vida real, buscar las motivaciones del personaje en su interior y permanecer en carácter incluso durante el rodaje (un speech que le cabría mas a un maniático actor de método como Marlon Brando); el mencionado enfrentamiento entre el personaje de Pitt y Bruce Lee; las hilarantes conclusiones que saca sobre el mundo del cine el agente artístico que compone Al Pacino; la tensión en el rancho Spahn entre Pitt y la numerosa tribu hippie que comanda Manson; y el delirante climax del film, inesperado para todo el mundo -, y otras de profundo tedio como el rodaje del western con DiCaprio y Timothy Olyphant, el cual se hace eterno y olímpicamente podía haberse podado. En todo caso lo único que prepara Tarantino como personaje tridimensional (por decirlo de alguna manera) es la Sharon Tate de Margot Robbie, que es excéntrica y etérea, una inocente perdida en el corrupto mundo hollywoodense, y que Tarantino retrata en toda su candidez.

Pero el relleno abunda, y al filme le sobra fácil una hora. Entre el tedio y la fascinación por la época, Tarantino recién pone quinta a fondo en la hora final, cuando Pitt va al rancho de los Manson, y después de la aventura europea de DiCaprio. Es en esos momentos en donde Tarantino se vuelve impredecible – uno no sabe si Pitt saldrá vivo del rancho y, por momentos, parece una película de terror con los hippies rodeando amenazadoramente la estancia en donde Pitt está buscando a un viejo amigo al que cree muerto; el duelo del final, plagado de sorpresas, sangre, aberraciones y muchísimo humor negro – y consigue sus mejores bazas, aunque artisticamente resulte discutible.

(alerta: no spoilers, pero sí tibias pistas sobre el final) Mel Brooks decía que se puede hacer humor sobre cualquier cosa – siempre que hubiera distancia (temporal, emocional) en el medio – y puso como ejemplo a los chistes sobre el Holocausto. Hollywood ha hecho humor sobre Vietnam y eso que fue la guerra mas amarga, cruel, sangrienta e inútil que sufrieron. No me extrañaría ver en un futuro que alguien haga chistes sobre el 11 de Setiembre del 2001. La explicación es que los chistes pueden funcionar tanto como una forma de escape como (en ciertos casos) cínicas reflexiones sobre un hecho imperdonable. Acá Tarantino no hace chistes sobre la masacre del clan Manson, pero definitivamente su versión no es la de los libros de historia (Tarantino hizo algo parecido con el clímax de Bastardos sin Gloria… pero hay una distancia enorme entre usar liberalmente a Hitler como personaje de ficción y trazarle otro destino, a alterar con propósitos cómicos lo que fue una masacre shockeante que aún permanece grabada en la mente de la sociedad norteamericana). Y si bien sorprende al espectador, por el otro lado es digno de discusión establecer si esa libertad creativa de hechos reconocidos sea un enfoque artístico válido. Horas después de ver el filme llegué a la conclusión de que se trata de la banalización de un hecho trágico, en donde Tarantino decidió primar la suerte de sus personajes de ficción antes que respetar la realidad histórica. Y aunque el desarrollo de los sucesos es brillante, la conclusión no lo es porque carece de trascendencia. No es que los hechos acontecidos alteraron el espíritu y pensamiento de los personajes sino que quedó como otra anécdota mas de sus aventureras vidas. Si bien es cierto que el enfoque de Tarantino – desde el principio – no es serio, también es cierto que una conclusión lineal e históricamente fiel chocaría con esa filosofía, amén de ser predecible – cosa que Tarantino detesta -. En todo caso es una decisión creativa que raya en lo bizarro. (fin spoilers)

Habia una Vez.. en Hollywood no es lo mejor de Tarantino, pero el tipo – aún en un mal día – le puede pasar el trapo a cualquiera. Acá hay unas cuantas piezas inspiradas pero otras que no lo son o que definitivamente sobran. En todo caso es una obra de amor dictada por un gran artista, cuyo pecado ha sido quedarse enamorado de su prosa hasta el punto del estatismo.