Habi, la extranjera

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

Hay una historia de ribetes curiosos, inusuales en esta ópera prima de María Florencia Álvarez. Un punto de partida que hasta podría parecer disparatado: una chica del interior viene a la ciudad a entregar unas artesanías, entra en contacto casualmente una comunidad musulmana y queda prendada de ese universo completamente desconocido. Inicia a partir de allí un derrotero que en la superficie parece estar relacionado con un descubrimiento religioso, algo así como una conversión, pero que en el fondo tiene mucho más que ver con la búsqueda de la identidad que cualquier jovencita de esa edad (apenas 20 años) atraviesa siempre con alguna crisis como telón de fondo. En poco tiempo, Analía (interpretada con sobriedad y delicadeza por Martina Juncadella, recientemente premiada por su labor en la obra La laguna de Agostina López) cambia de nombre (dice llamarse Habiba Rafat) y de hábitos, intenta aprender el idioma y las costumbres de esa comunidad, conoce a un par de buenas amigas e incluso se enamora por primera vez. Es en una ceremonia musulmana donde escucha la sentencia de una experimentado imán: "Nuestra conducta en esta vida debería ser similar a la del extranjero en el lugar que no le pertenece: tomar lo mínimo indispensable para subsistir y continuar camino a su propio destino". Ese consejo sabio es el que terminará cifrando el camino de Analía, previo paso por una serie de situaciones algo incómodas provocadas por el engaño que elige como primera estrategia de supervivencia en un mundo ajeno. Más que una película sobre la tolerancia, habida cuenta de los prejuicios que toda la comunidad musulmana sufre desde el famoso atentado contra las Torres Gemelas, Habi, la extranjera es una historia de iniciación, un cuento agridulce sobre el paso de la adolescencia al adultez.

Una de las virtudes de la película es eludir con inteligencia la gravedad (las escenas en el hotel familiar con una pequeña recepcionista empecinada en hablar un precario inglés son un buen ejemplo) y los mandatos de la buena conciencia (una mujer discute con su pareja y amenaza con tirarse por una ventana, él le exige "que no sea arriba del auto"). Se trata de una película cálida, sencilla y bien provista de detalles sugerentes para quien esté bien dispuesto a los descubrimientos, como la propia protagonista.