Guasón

Crítica de Nicolás Ponisio - Las 1001 Películas

El dilema de Pagliacci.

“Así es la vida”. Con esa línea de diálogo finalizan las emisiones del show televisivo del comediante Murray Franklin (Robert De Niro). De igual manera, la búsqueda del film de Todd Phillips, donde hay tanto grandes logros como fallas, es sumergirse en los lugares más sucios de la mente y la sociedad para reflejar la tragedia detrás de la risa. Para ello, el director se sirve de la imagen, o más bien del nombre, del icónico antagonista de Batman.

El payaso del crimen nacido en las páginas de historietas es una mera excusa, o un simple atractivo comercial, para dar forma a una cruda lectura sobre alguien con un desequilibrio mental. De esta manera, la historia del Guasón, aquí con el nombre propio de Arthur Fleck (Joaquin Phoenix), retoma a un conocido personaje del imaginario popular y lo deposita en un terreno realista, delicado y frágil donde el único camino posible es la caída hacia el infierno.

La realidad del film, que se sitúa en algún punto entre fines de los 70 y comienzos de los 80, recorre las calles de una ciudad en constante conflicto, que sufre entre los abusos que se dan día a día entre sus habitantes, así como también entre la gente de poder que tiene el medio para hacer de la ciudad un lugar mejor en el que vivir y que sin embargo lo hunde aún más en el caos desesperanzador de la suciedad y el crimen. Aquí, la injusticia social no será ajusticiada por un caballero de la noche, sino que se plantea una imposibilidad de escape, sobre todo cuando se trata de una persona que sufre de trastornos mentales.

Arthur, que hace lo que puede con su vida trabajando como payaso para cuidar a su anciana madre Penny (Frances Conroy), también aspira a convertirse un reconocido comediante, además de ser una persona con un fuerte conflicto interno que padece de un trastorno de risa patológica —en los momentos de mayor ansiedad y angustia, el protagonista no puede evitar reír a carcajadas. Mientras que ante los ojos ajenos se ve como alguien que ríe descontroladamente, para la mirada del espectador el gran trabajo actoral de Phoenix expresa la mayor de las tristezas en forma de risa. De allí surge esa atmósfera envolvente que posee el film entre la locura y la tragedia, en un drama que utiliza el humor para que el comediante se presente ante su audiencia de la forma más vulnerable.

El clásico teatral Pagliacci relata el drama de un artista de la comedia; el film de Phillips hace lo mismo con un crudo realismo que sacude a personaje y espectador. La dolorosa risa de Arthur deviene en la enajenación producida ante una sociedad que no ayuda a los menos favorecidos y que al intentar prevalecer pese a ello, la respuesta siempre será un escupitajo violento que coarta toda posibilidad de prosperar. Y si bien esto no trae nada nuevo, se trata de entender, más no justificar, lo que ocurre cuando algo así se da ante alguien con problemas psicológicos y con un historial de constantes abusos que el personaje afronta día y día y se agravan al indagar sobre su pasado e identidad.

Así, cuando todo deviene en un brote que grita basta y termina con la muerte de tres personas, el relato entra en una mayor vorágine de caos en la sociedad que no solo refleja el hartazgo anárquico de la población, sino que también refleja el goce de Arthur con un baile que se lee como una liberación emocional. El film en ningún momento intenta celebrar el comportamiento de su protagonista ni la idea de acabar con los poderosos, sino que lo que hace es plantear la raíz, el hecho de tratar con una persona desequilibrada demostrando lo que el mal social puede provocarle a alguien a quien se le quitó el debido cuidado. De esta manera, el factor criminal de sus actos más monstruosos es, al igual que su inquietante risa, la única manera de exteriorizar el enojo y la tristeza de una vida sin futuro o mejoría alguna.

El film trabaja muy bien sobre todas sus temáticas, casi enteramente gracias a la excepcional labor actoral de Joaquin Phoenix. Sus emociones y expresiones le brindan matices más profundos a una historia que sería mucho menos impactante sin su presencia. El actor se pone el film sobre los hombros y lo eleva a un mayor nivel, mucho más significativo que todo lo que logra cinematográficamente, ya que el relato no evita sufrir unos cuantos tropiezos narrativos y una desprolijidad estética que varía entre la hermosa recreación de época y su paleta de colores que emula al cine de la década del 70, con un caprichoso cambio de tono fotográfico en el cual se pierde por completo el reflejo temporal de la historia. En ese sentido, cada uno de los momentos que hacen que el film pierda fuerza se deben a inclusiones caprichosas, como lo es un flashback o una mala elección musical. Y eso hace que por momentos se perciba una falta de conocimiento narrativo o una indecisa búsqueda del relato. Cuando dichos momentos ocurren, es su protagonista una vez más quien se pone el film a cargo para deslumbrar y generar esas sensaciones de nerviosismo y tristeza que, más allá de las fallas narrativas, nunca dejan de estar presentes.

En resumen, Guasón es un film que impacta, para bien o mal, y nos invita a ser parte de los sentimientos de Arthur, a la vez que nos obliga a no celebrar la figura del personaje, pero tampoco a condenarla. Unos labios manchados de sangre forman una sonrisa, pero así como el problema patológico solo es una exteriorización de los peores sentimientos del personaje, es tras ver el film que en el público se dibuja una sonrisa invertida, para expresar su estado emocional.