Guasón

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

Una revolución dentro del mainstream hollywoodense, Guasón, de Todd Phillips, toma como punto de partida al conocido villano de Batman, para ir mucho más allá en una película que llegó para cambiar cómo se supone debe ser un tanque taquillero. Lentamente vamos cerrando 2019, y ya podemos decir que tenemos a la mejor película comiquera del año. El mundo de los comics se internalizó ya hace varios años con el del cine más industrial, y todos los años, son varias las películas que pueden disputar el trono de la mejor producción en esa especie.
Este año ya no hay dudas, hay una ganadora indiscutida; y esa es Avengers: Endgame. Es que la nueva película de Todd Phillips, que adapta al personaje creado por Jerry Robinson, Bill Finger y Bob Kane, para ser el villano principal de Batman, ni siquiera hace el intento de adentrarse en ese terreno.
Puede tener en los comics sus orígenes, o mejor dicho, algo de su iconografía, pero como obra en sí, en nada es deudora del mundo de las viñetas superheroicas. Es más, en el mundo que plantea Guasón, no hay lugar para las actitudes heróicas. Guasón es la minuciosa y cruda radiografía de un personaje oscuro, humillado, maltratado, ignorado, menospreciado; no (solo) por su familia, o por un grupo en particular, por toda la sociedad… o por lo menos es lo que Arthur Fleck (Joaquin Phoenix) siente.
Hollywood nos tiene acostumbrado, sobre todo en sus producciones más grandes, a esquivar los bultos, mirar para otro lado, entregar miradas compasivas, edulcoradas, simplistas, edificantes, poco comprometidas. Nada de eso hay en Guasón, una experiencia arrolladora y perturbadora como pocas veces se vio surgir del corazón de los grandes estudios.
Algunos podrán decir que entrega una mirada compasiva y hasta aceptable/comprensible, de un personaje, en definitiva un sociópata, como lo es el Guasón. El guion del propio Todd Phillips y Scott Silver, lo que hace es interpelar a la sociedad, poner el acento en lo incisivo, demostrarnos que los monstruos tienen a su Dr. Frankenstein, y que ese personajes podemos ser nosotros frente a conductas “imperceptibles”, y quizás ni siquiera en conductas que dependan específicamente de nosotros, sino de un Estado que elige a sus privilegiados y a sus marginados.
Pero nunca llega a decir hay un bien, y un mal, y ese bien es el de Arthur/Guasón tomando la revancha por sus manos, ahí está el quid de la cuestión. En todo caso, a la violencia no se la debería combatir con más violencia. Arthur es un cuarentón que vive con su madre (Frances Conroy), y tiene el sueño de triunfar como comediante de stand up.
Mientras tanto, trabaja en una agencia de “alquiler de payasos” para fines varios, desde “payamédicos” a repartidores de volantes. Arthur quiere hacer reír con sus rutinas. Rutinas que anota en un cuaderno en el que también podemos ver algún recorte de mujeres desnudas, y frases muy oscuras remarcadas en tinta negrísima. Pero sólo logra que se rían de él, y no con él. El mundo fue y es cruel con Arthur.
Como espeta en algún tramo, no fue feliz ni un solo momento de su vida; y sin embargo, está “obligado” a sonreír y reír gracias a ¿un trastorno psiquiátrico? Que lo lleva reírse a carcajadas cada vez que se pone nervioso. “Hermosa” burla del destino a la clásica (y nefasta) frase “Sonreír ante las adversidades”.
Son muchos los anhelos de Arthur, y en realidad uno sólo, poder tener aunque sea un mínimo rayito de luz. Pero no, Guasón es toda oscuridad. Tiene una suerte de ídolo, un presentador de late show, Murray Franklin (Robert DeNiro), al que adopta casi como una figura paterna, esa que es un gran faltante en su vida.
Aquel que lo rescate, y al que quiere conocer para poder alcanzar su estrella dorada. Guasón es una película de sueños rotos. Un caldo de cultivo que se va acumulando, en el que no se lo ve afortunado en el juego, ¿y en el amor? Ese payaso obligado a sonreír, que se maquilla y se siente como una navaja que lo marca, que acumula ira, se va llenando como un tanque; y del proceso de explosión habla Guasón. Cristalizando que la sonrisa puede ser de bondad y felicidad; o de tristeza, bronca, y perversidad.
Arthur ya no será el mismo, pero de una forma u otra, seguirá riéndose. ¿Qué necesita una figura frágil para terminar de quebrarse? ¿Hasta cuándo puede doblegarse? ¿Es Arthur el único? ¿Qué pasa si aparece una voz que los convoque aunque sea involuntariamente? Parecía una ironía que alguien como Todd Phillips se encargue de una película como Guasón.
Con más de diez películas en su haber, Phillips es un especialista en comedias. Mientras Judd Appatow despegaba como director de la comedia más agridulce de los “pasados 40”, Phillips lo emparentó en el target etario pero en comedias más zafadas y livianas. No parecía alguien muy cercano al mundo de la oscuridad.
Quizás por esta razón, entre otras, Guasón es su consagración definitiva como director y guionista. Lejos de tomar como referencia el mundo de los comics (aunque su Ciudad Gótica caótica pueda tener algo de la presentada por Nolan aunque menos efectista y más cruda, y su Guasón esté emparentado desde la caracterización con Heath Ledger y desde su génesis y comportamiento a futuro muy lejanamente al Jack Nicholson de Burton); se nota la fuente del Martin Scorsese – que estuvo involucrado en la producción de Taxi Driver y El Rey de la comedia.
También de películas como Henry: Portrait of a Serial Killer, Christine (2016), Mad City, o ambas versiones de El que recibe las bofetadas (Lon Chaney/Narciso Ibáñez Menta), ¿Por qué no a El hombre que ríe, la trágica novela de Victor Hugo llevada al cine también por Lon Chaney? Cargada de violencia, no pasa tanto por lo visual, que no le huye a la sangre espesa, como por el lenguaje cinematográfico.
Es una película necesariamente violenta para que sintamos la humillación y el destrato que sufre Arthur, no es un mundo color de rosa para él, ni es un lecho de rosas para nosotros como espectadores.
Guasón logra sostenerse como un gran entretenimiento mainstream que no aburre nunca en sus dos horas, y también ofrece todo tipo de lecturas capas, y análisis para quienes quieran ir más allá. Es un desafío mayor para un Hollywood que logra equipar el cine de tanques con aquel más ambicioso desde lo cinematográfico.
Sus tonos opacos, sus luces que se cuelan entre el verde podrido, el tono nauseabundo, y la pesadez del montaje; nos hablan de una película que no deja ningún asunto al azar. Más allá de que en algún tramo parezca dispersa, para sobre el final recoger todas las piezas y armar lo que ya tenía pensando desde su inicio.
Joaquin Phoenix no necesitaba confirmar su talento, en Guasón lo reafirma y lo eleva. Su transformación física es sorprendente (esas costillas dan miedo ya de por sí), y le suma una caracterización muy comprometida desde lo emocional. El Arthur Fleck de Joaquin Phoenix genera una triste empatía más allá de que nunca abandonemos la idea de que se está gestando un monstruo incontrolable.
Sus lágrimas se sienten en la pantalla y la queman para traspasar. Si hay un dolor del alma, el actor de Todo por un sueño lo expresa en esta película. Cualquier galardón que se lleve por su performance, es merecido.
Los secundarios de Conroy y DeNiro son formidables, cada uno alcanza grandes momentos en compañía de Phoenix, y son un lujo extra que se permite esta película. Hay películas que terminan y quedan ahí. Guasón nos acompaña, se presta al debate, al análisis, externo e interno, nos deja zumbando, inquieta y perturba.
Genera el peor de los miedos, el real; y nos hace mirar a nosotros mismos como sociedad. Si se puede hablar de films que son de culto instantáneo, Guasón pareciera destino a ello. De ser afortunados, puede ser una guía a futuro para imitar un modelo de como un cine equilibrado entre lo industrial y lo artístico debería ser. Es cine mayúsculo.