Guardianes de la galaxia

Crítica de Laura Dal Poggetto - Función Agotada

El club de los cinco

Mientras suena la introducción de I’m Not in Love de 10cc (esa balada hermosa de los ’70 que condensa un himno a la negación, la falta de compromiso, y, seamos honestos, sobre cómo portarse en general pésimamente en una relación), sobre un fondo negro se aclara que es el año 1988 en la Tierra. Sentado en una sala de espera de hospital, con los auriculares de su walkman puestos, está un pequeño Peter Quill, al cual arrastran a saludar a su mamá, postrada por un cáncer terminal. Él hace un desplante infantil, la madre llega a balbucear algo sobre su padre ausente y, tras un “momento Bambi”, Peter es abducido por aliens. Veintiséis años después, Peter (Chris Pratt) es un saqueador que va de planeta en planeta buscando objetos por encargo o para revender, mientras intenta infructuosamente hacerse conocido como Star-Lord en el tipo de actividad en la que se hacen muchos enemigos y un grupo reducido, pero fiel, de amigos.

Las dos primeras secuencias plantean inmediata y eficazmente el espíritu que James Gunn, el director (y escritor junto a Nicole Perlman), propone para Guardianes de la Galaxia. Si ya en Slither y Super había demostrado su capacidad para hacer convivir al humor con la oscuridad en películas de género, en Guardianes se perfecciona, mezclando –pero sin que se desdibujen- la ciencia ficción con la comedia física, el humor negro, las referencias pop (desde el soundtrack, pasando por la fetichización del walkman de Peter, hasta la alusión más escatológica que se pueda hacer de Jackson Pollock), aunque abandonando el cinismo predominante de sus films previos en pos de una emotividad más apta para todo público, sí, pero también menos preocupada por el cancherismo y sin miedo a caer en alguna que otra cursilería. Y Chris Pratt, con el rostro aniñado pero de quijada fuerte, es el artífice ideal para encarnar al líder carismático.

Gunn ha sido muy explícito en entrevistas sobre la influencia de films de aventuras y ciencia ficción de los ’70 y ’80 en su primer largometraje de gran presupuesto. Aún así, sorprende lo casi paradigmáticamente spielbergeriana de la premisa con la que apostó a presentar la historia del líder de este nuevo grupo de “héroes menos pensados”, propuesto para expandir el universo cinematográfico de Marvel: un chico sin padre que debe forzosamente confrontarse al momento del fin de su infancia, pero en cambio parte hacia una aventura intergaláctica en la que permanece hasta bien entrado en la adultez.

Sus compañeros de travesía son, justamente, la fantasía hecha realidad de cualquier chico: Rocket (con la voz de Bradley Cooper, quien supo darle mejor uso a parte de su acento de American Hustle) un mapache mercenario resultado de experimentos que es simultáneamente un kamikaze peludo y el responsable de los mejores one liners (chistes de una frase) de la película; Groot (con voz de Vin Diesel), un árbol humanoide que junto a Rocket pueden armar los peores desastres para después generar la misma la ternura que un personaje de Jim Henson; Gamora (Zoe Saldana, esta vez pintada de verde), hija adoptiva del villano Thanos, pero con una agenda propia, y Drax (el luchador Dave Bautista) una masa de músculos en busca de venganza. Todos comparten reputaciones igualmente dudosas y traumas de su pasado como el motor de sus acciones.

La dinámica que se establece entre los protagonistas a partir de su enfrentamiento inicial y su eventual colaboración para escapar de una cárcel espacial, funciona en base al lugar estereotípico de cada uno y no a pesar de ello, dándoles al mismo tiempo una vuelta de tuerca, expresada de forma eficaz y simple. Gamora es la perfecta máquina asesina que no puede creer estar trabajando con un grupo de inútiles, y que hasta los quiera; Peter es el arengador del equipo, que pese a que no cree en sí mismo logra que los demás lo hagan (y Chris Pratt finalmente puede explotar su manejo de los tiempos cómicos como protagonista, después de años de papeles secundarios); Rocket es el comic relief, inestable y explosivo, con un trasfondo más taciturno; mientras Drax puede explotar el juego -un poco trillado- de la bestia ilustrada y el pasar de una venganza solitaria a trabajar con y en pos de otros. Groot es Groot, y con eso basta y sobra.

Chris Pratt finalmente puede explotar su manejo de los tiempos cómicos como protagonista, después de años de papeles secundarios.
La excusa para el cruce fortuito entre todos es el robo por parte de Peter de un objeto denominado orbe, a escondidas del grupo de saqueadores al que pertenece. Prácticamente anecdótico, como la mayoría de los dispositivos catalizadores (aunque con mucho menos peso que su análogo, el Tesseract de los Avengers), también servirá para que media galaxia los persiga: desde los saqueadores (quienes además de abducir a Peter, lo criaron) comandados por Yundo (Michael Rooker, colaborador de Gunn desde Slither, y aunque más parco que su Merle de The Walking Dead, es igual de letal) hasta el anticlimático villano Ronan (un Lee Pace inflado a fuerza de gomaespuma y CGI), secuaz de Thanos (supuestamente Josh Brolin) quien tiene una breve y olvidable aparición. Salvo Yundo (quien inspira más temor en un par de movimientos y miradas que las otras potenciales amenazas), estos villanos también resultan poco más que una anécdota, nenes encaprichados con un juguete poderoso enojados porque otro chico se los quitó.

Al contrario de Avengers, Gunn y Perlman se encontraron con el desafío de presentar un grupo nuevo de héroes con los cuales el público debe empatizar rápidamente, además de mostrar literalmente toda una galaxia (y sus dinámicas geopolíticas) en el espacio temporal de sólo un film. Tarea difícil que resolvieron con un bombardeo de información dialogada, desde nombres de planetas y civilizaciones a la mitología de origen del mismísimo universo. Una decisión que podría haberles jugado en contra si no fuera porque todos los elementos trabajan a favor de la relación dentro del equipo de los guardianes.

Pero en Guardianes de la Galaxia no sólo el diálogo funciona por la fuerza centrífuga de la batidora pop que es James Gunn: los estímulos audiovisuales son incesantes, sean peleas cuerpo a cuerpo, disparos laser o gags físicos, los chistes son disparados constantemente como las municiones de la metralleta de Rocket, los obstáculos como los escenarios, que van desde una cárcel a una cantina (¡hola Star Wars!), con un par de naves espaciales en el medio. No son espacios ascéticos o minimalistas en tonos, la ciencia ficción de Gunn es de colores fuertes que estallan y metal gastado a golpes.

El soundtrack, centrado en hitos –ya sea comerciales o de culto- de los ’70 y ’80 funciona como el metatexto de la relación entre los protagonistas y su transformación de individuos a equipo; desde la apatía de la antes mencionada I’m not in love, pasando por la vulnerabilidad amorosa expresada en Fooled around and fell in love y Come and Get Your Love, para terminar despejando cualquier duda sobre el amor/amistad entre los guardianes con I Want you Back de los Jackson 5. Por si fuera poco, hacen apariciones los casi himnos Moonage Daydream de Bowie en su etapa Ziggy Stardust y Cherry Bomb de las proto punk Runaways, y Escape (The Pina Colada Song) es la elección para musicalizar un intercambio de golpes.

La amistad que nace entre los Guardianes no sólo es el núcleo del film, también es su redención como personajes, incluso más que su intento por salvar a la galaxia de los villanos. Su verdadero heroísmo radica en crear un lazo permanente entre ellos. Y ese lazo es el que genera que como público queramos ver ésta y más entregas de esta saga.