Guardianes de la galaxia

Crítica de Carlos Schilling - La Voz del Interior

Hay equipo

A Guardianes de la galaxias le sobra simpatía y buen humor, además de excelentes efectos digitales, aunque resulta bastante obvia.

La simpatía, el buen humor y los efectos digitales son los ingredientes básicos con los que Marvel elaboró este nuevo producto de escala internacional llamado Guardianes de la galaxia. Y todo indica que fueron necesarias cantidades extras para animar una materia prima bastante desabrida (carente de misterio y demasiado fiel a su público objetivo: los adolescentes).

Más allá de la introducción melancólica con la que se presenta al personaje de Peter Quill, el único del que se cuenta un episodio de la infancia (nada menos que el momento en que muere su madre), el tono vira enseguida a los colores estridentes de una comedia de aventuras ambientada en un universo que parece imaginado por el cerebro de un adicto a la psicodelia no del todo rehabilitado.

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Ese arco iris que se despliega en la pantalla y su correspondiente set de efectos digitales generan una inmediata adhesión visual, como si las imágenes de la galaxia ficticia directamente se enchufaran en los ojos y a través de ellos transmitieran su energía al cerebro.

A la manera de esos fosforescente rompecabezas infantiles, las piezas que componen la historia encajan rápido entre sí y las escasas ambigüedades morales y psicológicas se apagan cuando ya no son útiles para la acción. Antes incluso de que empiecen a simpatizar entre ellos, es obvio que Quill, la bella huérfana Gamora, el brutal Drax, el ingenioso zorrino Rocket y el árbol consciente Groot tienen mucho más en común que la codicia o el apetito de venganza que los guía al principio.

Un raro objeto llamado Orb (el curso de la trama revelará por qué es tan valioso) está en el centro de la vorágine de fuerzas cósmicas desatadas contra las que deben enfrentarse estos delicuentes autodenominados "guardianes de la galaxia". Esa difícil misión los convierte en expedicionarios de un universo poblado por dioses, semidioses y mortales de diversos colores y formas, que componen una versión pop de la mitología griega combinada con el culto a las armas de la Sociedad del Rifle.

Si bien hay una loable aunque un tanto remanida intención de presentar una galaxia multirracial y multicultural –y dentro de esa galaxia cada uno de los cinco protagonistas simboliza algo humano, animal o vegetal– la verdad es que los personajes que se destacan son Quill (encarnado por un apuesto y simpatiquísimo Chris Pratt) y Rocket, un zorrino o mapache de diseño digital, tan inteligente como cínico e interesado.

Ellos dos, sumados a los efectos especiales, justifican la confianza de la corporación Marvel, expresada en los créditos finales, de que los guardianes de la galaxia volverán pronto. Probablemente nadie que haya disfrutado la primera quiera perderse la segunda. Así funcionan los negocios fantásticos en la Tierra.