Guardianes de la Galaxia 3

Crítica de Andrés Brandariz - A Sala Llena

Whatever happened to all this season’s

Losers of the year?

Every time I got to thinking

Where’d they disappear?

Y SI NOS QUEREMOS TANTO…

La tercera -y, según parece, última- película de James Gunn para Marvel Studios comienza en una nota mucho más ominosa que el tono festivo y juvenil al cual nos acostumbraron las dos anteriores entregas de Guardianes de la Galaxia. La melodía taciturna de la versión acústica de Creep (aquel himno al misfit con el que Radiohead firmó una de las canciones fundamentales de los 90′), acompaña las imágenes y asistimos a la perturbadora imagen de una mugrienta jaula de laboratorio, llena de mapaches bebés asustados. Una mano gigantesca abre la jaula y se cierne sobre uno de los animalitos, que ha quedado rezagado y contempla esos dedos enormes que se acercan. La tecnología digital hace lo suyo y los ojos del pequeño mamífero se convierten en los de Rocket Raccoon, el mapache antropomorfo modificado genéticamente que forma parte de los Guardianes y -cada vez que alguien lo da por asumido- aclara que no es un mapache.

Es una gran apertura, que funciona tanto en términos narrativos como de lectura sobre aquello que convirtió a la saga de Guardians en una de las joyas de la corona de Marvel Studios: la idea de que un grupo de inadaptados -cada uno, el último orejón de su tarro- podían también ser héroes. La franquicia también contaba con el arma poderosa del humor que, si bien ya era parte de las películas del sello, jamás había alcanzado esos niveles de disparate, lisergia y absurdo.

Pero estamos hablando de una película cuya primera entrega está a punto de cumplir diez años y, en el medio, han sucedido muchas cosas: desde el muy público despido de James Gunn (en lo que acaso haya sido el paroxismo del furor cancelador en Hollywood), su paso por DC para dirigir The Suicide Squad y posterior recontratación, hasta una suerte de fin de ciclo en la narrativa de Marvel (con el doblete de Avengers: Infinity War y Endgame) y el gradual -pero inevitable- declive del interés del público en las películas de superhéroes en general y las de este sello en particular. El corolario es que Vol. 3 llega seis años después de la entrega anterior y opera como desconociendo que todo aquello que la hizo fresca alguna vez está, de a poco, desvaneciéndose. Si la película termina conservando cierto atractivo, es porque Gunn es realmente bueno creando gags (en esta ocasión, le regala al Drax de Dave Bautista algunos de los mejores) y porque aprovecha su despedida para empujar un poco los límites del tono, con algunas imágenes viscerales que bordean lo terrorífico y una extravagancia estética que remite a la ciencia ficción de la década del 60′, más cerca de Barbarella que de Star Wars.

El relato -que es muy simple, pero el desparejo guion torna tumultuoso- pone a los Guardianes en busca de una cura para Rocket, herido en combate por el poderoso Adam Warlock (Will Poulter), un villano que se presenta temible pero devendrá comic relief junto a una Elizabeth Debicki criminalmente desaprovechada. El verdadero adversario resulta ser el Alto Evolucionador (Chukwudi Iwuji), un genetista megalómano carente de cualquier límite ético a la hora de conseguir su objetivo: construir una sociedad de individuos perfectos, funcional y ordenada. A lo largo de una serie de flashbacks (intercalados con el presente mediante unos ramalazos de blanco casi telenovelescos) se nos cuenta en paralelo el origen de Rocket, víctima de los crueles experimentos del Alto Evolucionador junto a otros animales indefensos.

En términos simbólicos, la idea de oponer a los Guardianes -esa improbable familia de inadaptados-, a un megalómano obsesionado con la perfección, resulta muy apropiada para dar cierre a la trilogía. También, con algo de malicia y otro tanto de imprecisión (ya que, según parece, el guion estaba cerrado antes del despido) se puede leer como un dardo envenenado hacia esos ejecutivos que tan prestos estuvieron a soltarle la mano a uno de sus mejores empleados. Una última lectura puede hacerse en torno a la figura de Gunn, director que pudo consolidar cierta autoría dentro del think tank de la fábrica de películas más exitosa del mundo y que ahora se despide haciéndola gastar una fortuna, de la manera más estruendosa, estrambótica y desbordada posible.

Sin embargo, y para pasar al territorio de lo concreto, cabe aclarar que quien se meta en la sala pensando encontrarse alguna transgresión de la fórmula, no la encontrará. Lo que continúa siendo llamativo es la manera en que, a pesar de tratarse de un cine que tiene su basamento en conflictos firmemente clásicos, se opera constantemente en torno a la dilución de los mismos. No estoy hablando de la omnipresencia del gag (que sí, a veces aparece como acto reflejo para alivianar cualquier esbozo de profundidad psicológica): se trata del sistemático planteo de expectativas que eventualmente se desbaratan, particularmente en torno a la muerte de varios personajes.

La sensación que deja el final es más de pausa que de conclusión, en un cierre muy emotivo que maquilla que lo que estaba en juego era más bien poco, aunque las intenciones fueran buenas: Guardians of the Galaxy Volume 3 es una fábula antiespecista que consigue algo siempre difícil, lograr que un animal animado por computadora nos conmueva como si fuera real. Posiblemente, a lo largo de casi 10 años, Gunn se haya encariñado demasiado con estos personajes como para darles un final definitivo; probablemente sea el público quien esté dispuesto a hacerlo por él.