Guaraní

Crítica de Rocío Belén Rivera - Fancinema

Cuando las fronteras están dentro de uno

Un abuelo (Don Atilio) y su nieta (Iara) deben realizar un viaje inesperado que los lleva de Paraguay a Buenos Aires. En el camino iniciático que ambos personajes emprenden, van encontrándose con diferentes personas, algunos ayudantes y otros no tanto, pero que sin embargo no logran disuadir a ese abuelo empedernido de ir en busca de su hija (la madre de Iara), quien ha quedado embarazada en la Capital argentina.

Este hecho se presenta como el conflicto de Guaraní, ya que no sólo permite cambiar la rutina y la inacción de los personajes principales, anclados en ese pueblito fantasma junto al Río Paraná, sino que consiente del mismo modo poder expresar el gran imaginario (generalmente negativo) sobre Buenos Aires y los porteños que circula no sólo en una gran cantidad de países vecinos, sino también en muchas provincias del interior del país. Al mismo tiempo, este hecho que nunca llegamos a presenciar en la película (no vemos a la madre de Iara, ni el reencuentro entre ambas) nos permite reflexionar sobre la gran desigualdad social que Argentina y Latinoamérica como territorios extensos presentan: Buenos Aires sigue siendo el sueño de realización de muchos provincianos y ciudadanos de países limítrofes, cuando en realidad cada país, provincia, pueblo, región o como quiera denominarse debería presentar igualdad de condiciones de trabajo y desarrollo como las que en el inconsciente colectivo parecería atribuírsele a Buenos Aires, aunque este inmenso territorio también presenta sus contradicciones sociales.

Paralelamente a estas temáticas que el film aborda, el hecho de que el viaje sea emprendido por un abuelo y su nieta, permite también evidenciar el conflicto generacional que se presenta en el seno mismo de las familias, sobre todo aquellas como las del film, que mantienen la posta de la tradición cultural y social que su entorno les determina (“los hombres deben surcar el río y la mujer debe quedarse en la casa”, expresa Don Atilio; la vivienda humilde y arcaica en la que viven amontonados seis familiares; hablar expresamente en guaraní y no en castellano; entre otros hábitos). Este orden tradicional que presenta esta familia va a ser cuestionado y trasgredido por la nueva generación representada por Iara, quien va al colegio, estudia, escucha música en inglés con sus auriculares, tiene celular y contacto con “el otro mundo”, el de Buenos Aires, mediante las cartas y regalos que su madre le envía por correo. Este choque generacional es mostrado de manera inteligente, con diálogos avispados y llenos de un humor sutil pero muy efectivo, que ensalza la ternura que se genera hacia ese abuelo, que se muestra tosco y poco amoroso, pero que quiere y cuida de su familia de la forma que puede y sabe.

La película se encuentra muy bien filmada, con una gran dirección de fotografía a cargo de Diego de Garay, quien realiza tomas largas que permiten apreciar un paisaje desolado y rutinario: un río inmenso, árboles, barcos, cantinas y despensas de pueblo, etcétera, que se presentan por momentos como complementos de la introspección del viaje interior que cada personaje va realizando durante el camino o, todo lo contrario, permiten remarcar la desconexión de esos personajes con los lugares a donde van arribando. Este elemento, junto a la dirección a cargo de Luis Zorraquin y las profundas y pertinentes actuaciones de la dupla protagonista, permiten hacer del film un relato a disfrutar, ya que no sólo muestra paisajes y rutas de viajes que llenan al espectador de ganas de “agarrar la mochila” y emprender viajes, sino que también ofrece un conmovedor acercamiento a las relaciones familiares, los conflictos que en las mismas suceden, las diferencias generacionales, los buenos sentimientos y el compañerismo. Se aclara en este punto -porque, creo, enriquece aún más la historia- que los actores principales Emilio Barreto (Don Atilio) y Jazmín Bogarín (Iara) son abuelo y nieta en la vida real además de serlo en el film, lo cual brinda un tono más conmovedor a la composición de los personajes.

A modo de cierre de esta tímida y breve reflexión, resaltar que la película está casi por completo hablada en lengua guaraní, lo cual celebro humildemente desde esta Buenos Aires húmeda y lluviosa, ya que es un reconocimiento político, cultural e ideológico por parte de los realizadores del film, a ese pueblo originario que vive y lucha por ser reconocido en su autonomía de las culturas oficiales y hegemónicas de los estados nacionales que muchas veces aplacan las voces de minorías étnicas como esta. Esto se denota tanto en la lengua guaraní predominante en casi todo el film, como en algunos diálogos donde se cuentan y reivindican leyendas guaraníes tradicionales, además de circular subyacentemente a lo largo del film, la idea de Sudamérica como única nación y no como un conjunto de estados nacionales separados por fronteras, no sólo territoriales sino también sociales y culturales. Destacan aquí entonces las palabras pronunciadas por Emilio Barreto, alias Don Atilio, durante la presentación del film: “si los economistas y los financistas no nos van a unir como hermanos a ambas naciones (en referencia a Paraguay y Argentina), entonces que nos una el arte y la cultura”.