Green Book: una amistad sin fronteras

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

Green Book está basada en una historia real: la de una relación que empezó bien distante y terminó muy cercana entre Don Shirley, un sofisticado pianista negro que llegó a componer un poema sinfónico basado en la novela experimental Finnegans Wake, de James Joyce, y Tony Lip, un descendiente de italianos que pasó de portero de un famoso club nocturno neoyorquino (el Copacabana) a chofer y valet de Shirley, primero, y a figura importante del elenco de la popular serie Los Soprano, después. La historia de la película se desarrolla en la década del 60, cuando todavía existía en Estados Unidos la insólita publicación anual The Negro Motorist Green Book, una guía de hoteles, restaurantes y edificios públicos que, a diferencia de muchos otros, recibían a gente de color sin problemas. Y está planteada como una road movie de tono ligero y edificante cuya dinámica funciona a partir del juego de oposición inicial y acercamiento paulatino entre dos protagonistas de diferentes raza, clase social y bagaje intelectual.

La dirigió Peter Farrely, quien se despegó por un rato de su hermano Bobby para llevar adelante un proyecto más políticamente correcto y mucho menos provocativo que Loco por Mary o Irene, yo y mi otro yo, una decisión que redundó en la aprobación entusiasta de la Academia de Hollywood, reflejada en cinco nominaciones al Oscar.

Queda bastante claro que su entrenamiento en la comedia fue una buena base de apoyo para un film que crece cuando apela al humor y pierde eficacia en su faceta más seria, la de sus escenas más obvias, solemnes y subrayadas. Pero el mayor acierto es, sin dudas, el casting: Mahersala Ali (conocido por su papel en Luz de luna) resuelve con solvencia y elegancia su papel de artista culto y refinado cuya caprichosa devoción por la música clásica le hace perder de vista el arte popular encarnado en gigantes como Aretha Franklin y Sam Cooke, y Viggo Mortensen brilla en la composición rigurosa y a la vez lúdica de un personaje completamente alejado de su repertorio habitual.

Los colores de San Lorenzo siguen apareciendo en todas partes, como ya casi es norma en sus trabajos en cine. Pero lo que aflora como novedad absoluta es su capacidad para dosificar con notable exactitud, ferocidad, gracia y ternura a lo largo de un viaje cinematográfico en el que se hace cargo del volante de principio a fin sin el menor titubeo.