Gravedad

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Sola, con los pies en el aire

Sandra Bullock tiene el papel de su vida en este filme con alma, drama y aventura.

Se puede estar solo en medio del espacio exterior como en un departamento en Caballito. Tal vez no haya que agregarle un tan entre estar y solo para dar cuenta de lo que le sucede a Ryan Stone, la ingeniera y astronauta que Sandra Bullock compone en Gravedad, un título que sugiere y mucho en su doble acepción, en sus significados. Porque Ryan está flotando, sola, en medio de la gravedad. Y su situación es igualmente grave.

Alfonso Cuarón escribió el guión con su hijo Jonás como una manera de expiar una situación personal. En la pantalla, lo que vemos es a Ryan -astronauta primeriza- quedándose sin oxígeno en su traje espacial, una vez que, cumpliendo una misión fuera de su nave (reparar el Hubble), la ocasional destrucción de un satélite -ruso, ¿eh?- genera una lluvia de residuos que irán a chocar contra ella. Y contra Kowalski (George Clooney), el astronauta de la NASA que no para de hacer comentarios jocosos ante cualquier eventualidad.

Así tenemos a la novata y al experimentado, enfrentando una situación de vida o muerte. No pueden volver a la nave. No tienen contacto con Houston. ¿No tienen salvación?

Así como Spielberg en Tiburón demostraba cómo el hombre común, el jefe de policía Brody, debía sacar no sabía de dónde lo necesario para enfrentar la situación cuando el ictiólogo y el pescador experimentado fallaban, Cuarón pone a Ryan en medio del pánico. Si se deja estar, muere. Pero si busca una salida, nada le asegura que conseguirá salir con vida.

La película -y aún no hablamos del prodigio visual, en cuanto a narración- trata sobre cómo nos sobreponemos, o no, a lo que parece imposible de sobrellevar.

Algunos comentarios hablan de Gravedad como la nueva 2001, odisea del espacio. Se asemejan en que transcurren en el espacio, y la vida está en juego, pero la película de Stanley Kubrick planteaba cuestiones metafísicas. Era mística y operística. Cuarón es más simple y directo. En el medio de la nada (o el todo: el espacio) si uno no se aferra a algo, tarde o temprano sucumbe.

La película subyuga ya desde la primera imagen. En el espacio hay un puntito lejano, blanco, que irá acercándose. Escuchamos en off las conversaciones de los astronautas entre ellos y con la base en la Tierra, pero lo esencial es eso que estamos viendo. La toma es un plano secuencia (sin corte aparente de cámara) de casi 18 minutos -Cuarón ya había realizado uno espectacular en medio de un ataque en Niños del hombre-. Pero al prodigio de la toma única hay que agregarle el sentido de la misma. El porqué, su necesidad.

Para entrar en empatía con Ryan, una vez que su vida se ponga en riesgo, no hacía falta mucho. Pero Cuarón enfatiza desde el sonido -la respiración, los efectos, sus palabras- para que ese horror que siente Ryan lo experimentemos nosotros. Y es así como la cámara ingresa a la mismísima escafandra de Ryan, girará y podremos ver lo que ella ve.

Cuarón ha intentado explicar cómo hizo para rodar la película -con animación, captura de movimientos-, pero es lo que menos importa. Aquí cuenta el efecto, la consecuencia. A diferencia de Avatar donde el regocijo era tal sólo en el plano de lo visual, Gravedad tiene alma, sustancia, drama y aventura. Cuarón tiene la suficiente maestría para generar picos de tensión en cualquier escena y en cualquier momento. Juega con lo inesperado -levante la mano el que sepa lo que puede suceder en el espacio- y una entrega de Bullock impresionante. Es el papel de su carrera.

Visionario, el director de Harry Potter y el prisionero de Azkaban sabe darle al drama trascendencia. No habla desde un púlpito, no baja línea. Como director entretiene y deja espacio para la reflexión. Como Kubrick, como Spielberg. Como sólo él sabe hacer por estos días.