Gravedad

Crítica de Laura Dal Poggetto - Función Agotada

Cuando el film es la experiencia en sí.

El regreso de Alfonso Cuarón (al cine de ficción) con Gravedad plantea y consigue un cine de la experiencia que involucra al espectador. Se puede argumentar que prácticamente todo tipo de narración -no sólo la audiovisual- intenta cumplir esa función de ponernos “en el lugar de” como mecanismo de interpelación (eso mismo que Adorno y Horkheimer denunciaban en su Dialéctica del Iluminismo como una operación de la Industria Cultural para alienar a los espectadores y eso mismo que sentimos cada vez que nos metimos a la ducha días después de haber visto Psicosis). Cuarón lo consigue al elegir un tipo de experiencia que podemos asegurar el 99.99% de sus espectadores jamás van a vivir en carne propia -al contrario del cine catástrofe, que aunque también recurre a la idea de supervivencia como Gravedad, apela a situaciones que la mayoría de su público no ha experimentado pero que potencialmente podría. El mexicano nos traslada al espacio exterior como, justamente, un espacio en sí y no sólo un pretexto para el thriller; logrando de forma tan exitosa eso que muchos han intentado en décadas de cinematografía (con unos cuantos también haciéndolo magistralmente y acá iría la referencia obligada a 2001: Odisea en el espacio) que, en este sentido, la película es una narración perfecta: los protagonistas son el vehículo (o referente de nuestra ausencia física) a través de los cuales podemos experimentar el estar a la deriva en esa nada que nos resulta tan ajena y que sin embargo envuelve al que sí es nuestro hábitat cotidiano.

Lo que diferencia a la vivencia de la audiencia en Gravedad de las típicas situaciones de interpelación cinematográfica mencionadas en el párrafo anterior es que el film es una experiencia de inmersión.

El director y co-guionista (junto a su hijo Jonás) presenta desde el inicio lo que será el patrón rítmico y el recurso técnico-estético principal de la película, mediante uno de los mejores planos secuencias de los últimos años. Cuarón abre esos primeros veinte minutos (que ninguno de sus espectadores irán a olvidar pronto, si de acá a 25 años no hay nuevos astronautas ya sabemos a quién culpar) con un plano general presuntamente fijo (pero que no lo es: después de todo, estamos en el espacio, no hay referencias para establecer un marco simplemente porque no hay arriba ni abajo) en el que hacen su entrada la Dra. Ryan Stone (Sandra Bullock) y Matt Kowalski (George Clooney), parte del equipo del Explorer, flotando alrededor del satélite Hubble para hacerle unas modificaciones diseñadas por la protagonista. La cámara comienza su recorrida, se inmiscuye en sus tareas con planos detalles que dan paso a otros más abiertos para que podamos contemplar a la par del dúo la enormidad: la de nuestro planeta y la del todo que lo rodea (que no es sino el infinito y a la vez, la nada). Entre las cargadas del a punto de retirarse Kowalski a la novata Stone, se filtra la orden desde Houston de volver a la cabina por restos de un satélite ruso que se aproximan rápidamente hacia donde están ellos. La mirada absorta en lo maravilloso se llena de pavor ante la inminencia del impacto. El movimiento de cámara pasa a ser circular como las vueltas que da el personaje de Bullock una vez que el choque la separa del Explorer y su co-equiper. El plano secuencia termina en una subjetiva de Stone, que registra su aliento empañando el casco que indica el poco oxígeno que le queda disponible. El cambio de plano nos muestra ya a una Dra. Stone flotando sola en medio de la oscuridad, como el Major Tom de Bowie pero sin siquiera el albergue de una cabina, mientras el aire se acaba y sólo le queda esperar el rescate de Kowalski y su propulsor.

Esa estructura binaria que se disuelve a sí misma, entre la contemplación y la urgencia (cercano a la idea de lo sublime de la naturaleza para los románticos del siglo XIX -quienes la consideraban absolutamente hermosa y pavorosa al mismo tiempo- pero mucho mayor, ya que el espacio representa un desconocido absoluto para la humanidad) se repetirá a lo largo del film, mientras Stone y Kowalski buscan una forma de regresar a la Tierra sin terminar carbonizados. Los obstáculos y proezas serán varios en la odisea espacial de la protagonista, tantos que hacia el final el film bordea la farsa de las mismas tragedias que planteó previamente.

La Ryan Stone de Bullock -con su nombre ambiguo y pelo corto como eventualmente tendría la Teniente Ripley de Alien- es no tanto la composición de un personaje como la de un personaje en una situación concreta. Su actuación pasa por la reacción, pero no considero que esto sea necesariamente malo: la actriz es el centro focal durante los noventa minutos de la película, y una buena parte de los mismos con planos cerrados sobre ella. Clooney tiene carisma a prueba de traje de astronauta y no necesita mucho más para su papel. Ambos personajes están apenas delineados y un trauma del pasado de Stone es usado como la casi exclusiva justificación para sus decisiones en plena carrera por la supervivencia. Esta predilección por una trama con sucesos que escalan en angustia y urgencia por sobre el desarrollo de los protagonistas pueden hacer caer a Gravedad en la categoría de “thrill ride” (o viaje de emociones).

Pero contrario a la carga negativa que suele tener el término, Gravedad tiene sus mejores momentos justamente cuando se dedica a ser un thrill ride, cuando el vértigo quita la respiración y el espacio pasa de ser un fondo para la acción.
Ahí adquiere su verdadera dimensión: la de una nada ya no calma si no una ausencia de toda vida orgánica y ya en sí mismo el riesgo más grande (a lo que se le agrega una lluvia de proyectiles que solían ser satélites en órbita). El espacio exterior es la muerte esperando a ocurrir.

En Gravedad hay también un subtexto muy poco escondido sobre la fe y la idea del renacimiento tras la supervivencia. Es, a veces, groseramente explícita en su manejo de las metáforas, como cuando la Dra. Stone finalmente logra ingresar a una cabina y flota en posición fetal con tubos de oxígeno que se posicionan delicadamente a la altura del abdomen de Bullock cual cordón umbilical. Por suerte no termina de caer en la aburridísima dicotomía de ciencia versus fe, (presente en una buena parte de la ciencia ficción, sobretodo en su solapamiento con el cine catástrofe). Como si los científicos no poseyeran fe alguna, como si ésta pasara sólo por la liturgia organizada de instituciones religiosas. ¿O acaso no es un acto de fe el aventurarse a algo nuevo, nunca antes probado?