Gravedad

Crítica de Jonathan Santucho - Loco x el Cine

En el espacio nadie puede oírte gritar.

Estamos a 600 kilómetros por encima de la Tierra. El globo domina la toma mediante su grandiosidad mientras, a lo lejos, se empieza a notar un punto en crecimiento. Tras unos segundos, queda claro que lo que se ve es el telescopio Hubble, unido a una nave espacial de la cual están sueltan varias personas. Una de ellas es la doctora Ryan Stone (Sandra Bullock), quien se trata de adaptar al nuevo entorno, mientras arregla la maquinaria del armatoste. Al mismo tiempo, el astronauta Matt Kowalski (George Clooney) se propulsa con seguridad, controlando su expedición final con la nostalgia de un vaquero en su última cabalgata. Damos vueltas alrededor de ellos, mientras la voz del control de la misión (un escondido Ed Harris) se mantiene firme desde el planeta azul. La fascinación es clara, pero pronto resultará efímera. Esos trece minutos, que presentan a sus protagonistas y al ballet cósmico (la indiscutible tercera estrella de la producción), son sólo la plano-secuencia y primera toma de Gravedad (Gravity, 2013), el inicio de un decidido viaje al terror del vacío.

El repentino cambio se desencadena cuando el equipo descubre que, debido a una desastrosa explosión durante un operativo ruso, hay escombros de satélite dando vueltas por la órbita, creando una reacción en cadena de destrucción. Por desgracia, ellos tampoco no tienen tiempo para actuar, porque las piezas aparecen segundos después a toda velocidad. Tras la brutal demolición, Stone y Kowalski quedan como únicos sobrevivientes, pero ya no tienen transporte ni comunicación con NASA. Cortos de tiempo y de oxígeno, ellos deberán actuar rápido para encontrar otra forma de volver a casa.

De esta manera, Alfonso Cuarón presenta un impecable relato, tan grandioso y original en su escenario como sencillo y clásico en sus personajes. Le costó cuatro años, pero el director (que viene en una serie de clásicos, con Y tu mamá también, Harry Potter y el prisionero de Azkaban y la obra maestra Niños del hombre) logra mostrar una versión virtualmente espectacular del espacio: variando entre la belleza y la brutalidad que existe fuera de la atmósfera, él juega con la liberación que le dan los efectos especiales y el uso del silencio, uniendo de forma perfecta los aspectos técnicos para recrear una fuerza cada vez más sádica contra los especialistas, dominándolos y arrojándolos con extrema precisión hacia el peligro de muerte.

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Como dice el amenazador texto que abre el film, en este lugar, donde lo infinito se vuelve claustrofóbico, la gente no pertenece: son hormigas, tratando de regresar a ese hogar que se ve tan cerca pero que en realidad está tan lejos. Mediante el simple pedido de Cuarón por empatizar con la lucha humana contra elementos fuera de cualquier tipo de control tecnológico, se genera suficiente tensión, que, sumada al ojo omnipresente de la cámara (que incluso se mete en el interior de los cascos de Stone y Kowalski, en tomas subjetivas que aterran más que cien películas de cámara en mano) y al uso magistral de las tres dimensiones, otorga una experiencia inolvidable. La lucha contra la soledad y la búsqueda por ayuda para levantarse, sea Dios, el control de la NASA o un campesino que sirva de oído, se hace perfectamente clara con este concepto. Sin embargo, también es cierto que el producto queda tocado de forma mixta por el guión escrito por Alfonso y su hijo Jonás, quienes agregan algo de melodrama innecesario (por favor, dejemos de usar chicos muertos como un punto argumental al azar) a y una temática a lo new age que está de más, impactando un poco contra las emociones que origina esta historia.

Por suerte, Cuarón tapa esa fuga gracias al ideal casting. Por un lado, Sandra Bullock entrega una de las mejores performances de su carrera, manifestando en una mirada la confusión y la falta de seguir que no puede aterrizar en el libreto. Y, si bien George Clooney hace de… bueno, George Clooney, su ligera y calma personalidad es justo lo que necesita la producción, que lo hace instrumento de alivio para las escenas pesadas.

Entre estos elementos, Gravedad es una de esas películas que hacen que uno gaste todo el diccionario de elogios. Pero, cuando uno lo piensa, todo se puede resumir en dos palabras: es cine.