Gravedad

Crítica de Gastón Molayoli - Metrópolis

En un ensayo antológico llamado Sobre el estilo, Susan Sontag decía: “la obra de arte, considerada simplemente como obra de arte, es una experiencia, no una afirmación o la respuesta a una pregunta”. Una idea similar, pero de una manera más visceral defendía en otro ensayo de la década del sesenta, más famoso aún, titulado Contra la interpretación. Después de una serie de recorridos Sontag concluía con la idea de que más que una hermenéutica necesitábamos una “erótica” del arte. Lo que la autora pensaba no era que como espectadores debíamos alejarnos de cualquier esquema de interpretación (ponía al psicoanálisis y al marxismo como los principales), sino atender a la forma por sobre el contenido. Para decirlo de otra manera, la pregunta “¿qué significa lo que estoy viendo?” se abría paso a la ontológica “¿qué es lo que estoy viendo?”.

Toda esta introducción para decir que lo más interesante de Gravedad, una de las mejores películas del año, no tiene que ver con un supuesto mensaje, con la originalidad de su trama ni con sus cualidades como objeto de entretenimiento. Si la película fue tan defendida por varios críticos y va a estar incluida seguramente en más de una lista, se debe a que logra registrar el espacio de una manera inédita. Ante esta última afirmación, muchos de ustedes me van a saltar al cuello con un estandarte que dice “2001: Odisea al espacio”. Ya vamos a volver sobre la película de Kubrick, especialmente para ejemplificar una vez más la primacía del contenido por sobre la forma en muchas películas canónicas, pero antes quiero hacer referencia al 3D. La tecnología, también conocida como estereoscópica implica varios aportes en términos de experiencia, pero el principal es el de la profundidad. El 3D genera una sensación de profundidad, cosa que no es equivalente a decir “de realismo”. Cualquiera que haya visto una misma película en ambos formatos podrá atestiguar que el 3D no aporta más realismo sino todo lo contrario, dado que las figuras se despegan del fondo como si fueran cartones sobre un fondo pintado. Es decir, la experiencia del 3D construye, en todo caso, otra manera de comprender y de experimentar la realidad.

Si estamos de acuerdo en que una obra de arte está ligada a sus condiciones sensoriales no podemos creer que da lo mismo ver una película en una sala de cine, en un televisor o en la pequeña pantalla de un celular. Es cierto: posiblemente entendamos en cada caso de qué se trata, sobre cuál tema quiere desarrollar algunas ideas y algunas cosas más, pero son experiencias distintas.

Si viéramos Gravedad en una computadora posiblemente pensemos que está repleta de lugares comunes, que cuenta otra historia de superación en la piel de Ryan Stone (Sandra Bullock), pero lo cierto es que el universo como fondo infinito posee una potencia que se impone sobre cualquier otro aspecto.

La relación que se establece entre la protagonista y el espacio que la rodea construye una soledad pocas veces vista en la historia del cine. En el caso de 2001: Odisea al espacio, la relación que se establece entre el hombre, la tecnología y el espacio, surcada a través de la historia de la humanidad, funciona como un recorrido de conquista, moviliza ideas hasta que se encuentra con un paredón enorme, literal y mefóricamente hablando. Difícilmente uno pueda negar que se trata de una gran película, pero lo que en ella son un conjunto de escenas, sostenidas por el ánimo de estilización que siempre caracterizó a Kubrick, en la película de Cuarón es un drama gigantesco. Es tan grande la soledad que siente Ryan Stone, varada en el medio del infinito, deseando con todo su cuerpo algunas bocanadas de oxígeno, que el mundo en su totalidad parece un lugar amigable. Antes de que Matt Kowalski (George Clooney) se pierda en los confines de la absoluta nada, reflexiona con una sola línea de diálogo sobre la belleza de lo que está viendo. No debe haber una experiencia más solitaria que la de la contemplación y Cuarón tiene la inteligencia de evocarla en ese momento. Desde la primera escena, la coreografía que dibujan las partes de la base destruida, desplegadas en el infinito como resultado de una explosión, obnubilan cualquier intento por tomar distancia. Por eso, interesa poco la galantería gastada de Clooney, el parentesco que se puede establecer entre Gravedad y Náufrago, el drama psicológico que se desarrolla a partir de la pérdida que sufrió Ryan Stone o incluso la excesiva banda sonora. Gravedad logra que todas esas fallas pasen a un segundo plano, casi tan lejano como una galaxia lejana, cuando nos acerca, por ejemplo, la lágrima de la protagonista en un momento crítico. Algunos mencionan esa escena como un gesto kitsch, pero pienso que el hecho de que la lágrima se fugue de su mejilla y quede suspendida en el aire, le otorgan sentido y emoción a una tecnología que en la mayoría de los casos aporta sólo espectáculo.