Gravedad

Crítica de Diego Faraone - Denme celuloide

Un nuevo nacimiento

Quizá lo que se sienta hoy en un cine viendo Gravedad sea similar a lo que le ocurría hace 45 años cuando veían 2001: Odisea del espacio; pero no en relación a la ambientación que comparten ambas películas, sino más bien por la imponente innovación técnica, y la certeza de que eso que se está viviendo no tiene parangón alguno en el mundo del cine contemporáneo.
El director mexicano Alfonso Cuarón (Y tu mamá también, Niños del hombre) intentó emular aquí la vida por fuera de la atmósfera, y escribió un guión junto a su hijo Jonás y la asesoría de un experto espacial, reproduciendo fielmente la tecnología hoy utilizada en las misiones espaciales, y la clase de trabajos que allí se hacen, con la intención de recrear sensorialmente un clima realmente atípico.
El telescopio espacial Hubble se averió, y hay que arreglarlo. Allí se dirige una misión de astronautas, pero en plena labor ocurre la catástrofe: fragmentos de residuos espaciales se dirigen hacia ellos con una velocidad inusitada. Se avecina el caos, y la supervivencia en el vacío puede llegar a ser una tarea prácticamente imposible.
Como en el espacio no hay aire, las ondas sonoras no se propagan: no hay sonido. Esta realidad es una de las premisas que maneja la película desde los títulos iniciales, y es así que, cuando los personajes están en órbita y en sus trajes, los sonidos que se sienten son únicamente los que podrían escucharse desde adentro de esos trajes espaciales, más los acuosos y envolventes compases electrónicos provistos por la notable banda sonora de Steven Price. Es así que las explosiones, en las que satélites enteros son reducidos a ceniza espacial, son presenciadas sin escuchar sonido alguno.
El cerebro humano está diseñado para existir en un mundo en que las variables de horizonte y peso se encuentran siempre estables, debido a la omnipresencia de la gravedad. Al desaparecer ésta (o reducirse a una expresión mínima) todos los puntos de referencia se pierden, el ser humano queda absolutamente desorientado, a merced de la inercia; si además la movilidad es muy limitada por las incomodidades de un abultado traje, la sensación de desesperación y asfixia aumenta. Si además hay amenazas externas, el oxígeno se acaba, y las posibilidades de supervivencia parecen reducirse cada vez más, la sensación imperante se vuelve absolutamente angustiante, sobrecogedora. Gravedad es una experiencia sensorial increíble, pero además una película que deja al espectador particularmente exhausto.
Conviene señalar un aspecto alegórico que lleva a que Gravedad pueda pensarse como más que un simple (y brillantemente logrado) ejercicio de género. La película refiere a las grandes adversidades de la vida y a la forma en que el ser humano puede renacer desde estas contingencias. Las circunstancias en que una persona es víctima de las propias inercias, ese momento en que se encierra en su propia burbuja, pierde la comunicación y el contacto. La escena en que la protagonista, prácticamente ahogada, entra en una nave, respira, se quita el molesto traje y queda suspendida por unos segundos, casi hasta quedar en posición fetal y con un tubo de oxígeno que pareciera un cordón umbilical, refiere a este nuevo nacimiento (además de homenajear a 2001). Otro elemento clave es, a mitad del metraje, el diálogo con un personaje que le achaca a la protagonista que no debe quedarse en la “comodidad” de una nave, entregándose a una muerte segura. El final podría leerse como la salida de un gran vientre, con agua incluida, y de los primeros pasos hacia una nueva vida.