Gracias por compartir

Crítica de Carlos Schilling - La Voz del Interior

Manual de superación en forma de comedia

Gracias por compartir se enfoca en la vida de un grupo de adictos al sexo y describe con sensibilidad, sentido del humor y un mensaje voluntarista cómo cada personaje trata de rehabilitarse con la ayuda de los otros.

Las películas que quieren enseñarnos a vivir siempre resultan un tanto empalagosas. Más que una historia parecen imponernos las lecciones de un manual de superación personal, que raramente resultan aplicables a la propia vida. Mucho de eso hay en Gracias por compartir, cuyo título alude a la fórmula de agradecimiento grupal que recibe un adicto luego de contar sus problemas ante un público de otros adictos.

Lo curioso, en este caso, es que no son adictos al alcohol sino al sexo, de modo que la gama de situaciones potenciales, tanto dramáticas como humorísticas, podría ser muy diferente a la habitual cuando el cine trata estos temas. Y hasta cierto punto el director Stuart Blumberg indaga en ese nuevo territorio de posibilidades, pero no lo suficiente como para que su producto sea realmente original.

Son cuatro los personajes que atraviesan distintas fases de rehabilitación. Adam (Mark Ruffalo) un soltero que ya lleva cinco años sin reincidir; su mentor, Mike (Tim Robbins), el sostén espiritual del grupo; Neil (Josh Gad), un médico ansioso e irónico que no puede controlar sus peores instintos, y Dede (Pink), una peluquera que sólo puede relacionarse con los hombres mediante el sexo. El elenco se completa con Gwyneth Paltrow, Patrick Fugit, Joely Richardson y la sorprendente Emily Meade (que protagoniza junto a Ruffalo la mejor escena de la película).

Sostenida por esa constelación de buenos actores, Gracias por compartir es una comedia cuyo tono ligero a veces vira bruscamente hacia el drama y otras hacia la carcajada. Tiene momentos intensos y alguna que otra vuelta de tuerca interesante. Pero tal vez el principal problema es que cree demasiado en la misión de difundir el mensaje de que la sexualidad compulsiva es una patología y las personas que la padecen deben ser tratados como enfermos.

Muchas de las conversaciones entre Mike y Adam o entre este y Neil podrían compendiarse y proyectarse como parte de una campaña mundial contra la adicción al sexo. Tampoco la carga de humor casi exclusivamente depositada sobre el rotundo cuerpo de Josh Gad colabora con el equilibrio emocional de la historia. Todo lo cual no impide que el producto final resulte simpático, incluso entretenido, y con algo más que una pátina de sensibilidad a la hora de retratar las relaciones humanas.