Goodnight mommy

Crítica de Juan Ignacio Novak - El Litoral

Los rostros de la violencia

Casi no hay sustos en esta cinta austríaca, pero eso no le impide ser una de las propuestas más sugestivas y siniestras de los últimos tiempos. Aunque se la promocione como una película de terror (quizás para atraer al público adolescente adscrito a propuestas volcadas al gore, en la línea de “El juego del miedo”) es ante todo un profundo drama emocional que bucea en las relaciones filiales, la crisis de la preadolescencia, la configuración de la identidad y las imprevisibles fisonomías que pueden adquirir la locura, el sufrimiento, el miedo y el dolor. “Goodnight mommy”, al igual que las mejores obras de Michael Haneke (“Caché - Escondido”, “Juegos sádicos”) y David Cronenberg (“Una historia violenta”, “Videodrome”), no es fácilmente digerible: más que enunciar, impone dolorosas reflexiones. Y las respuestas son siempre áridas. No ofrece concesiones, pero tampoco es tramposa.
Climas
Los entornos góticos ya no encuentran buena sintonía con el terror. Aquí la ambientación es una casa moderna enclavada en un idílico entorno ribereño. Allí Lukas y Elías, gemelos de unos diez años de edad, aguardan en soledad el regreso de su madre que (en apariencia, ya que en rigor nunca se aclara del todo) se ha realizado una cirugía estética. Luego de que la mujer aparezca con el rostro vendado, ciertos cambios en su conducta y en especial la inesperada frialdad en el trato provocan una sospecha en los niños: ¿es mamá? Comienza a crecer la intriga y mientras el chocante comportamiento de la supuesta madre va asumiendo giros cada vez más sorprendentes, los gemelos tratan de hallar la respuesta al enigma.
“Goodnight mommy” es una película pausada, que envuelve de a poco en su extrañeza. Con gran solvencia, los directores y escritores Severin Fiala y Veronika Franz se riden al predominio de la imagen por sobre los diálogos, que son apenas los justos y necesarios para urdir la trama. Y se toman el debido tiempo para cargar de varios sentidos a las largas tomas. Así, la asfixia, el agobio de los tres personajes centrales se transmite a través de metáforas insólitamente bellas como la de las cucarachas encerradas en un frasco, el gato preservado en formol o las vendas. El guión está tan bien construido y calibrado (a pesar de algún exceso de truculencia sobre el final) que la imprevisible resolución del acertijo emerge con naturalidad, casi como un resultado lógico e inevitable. Como en “Sexto sentido” (1999), de la cual es deudora, todos los indicios estaban ahí, sólo era necesario saber descubrirlos.
Simbiosis
La permanente sensación de desasosiego que provoca esta pequeña joya del cine austríaco tiene mucho que ver con el trabajo de fotografía, pero también con las actuaciones de los gemelos Elias y Lukas Schwarz: la simbiótica complicidad que cimentan determina que el crescendo de violencia que propone la historia se produzca con fluidez, sin apelar a estridencias. La treintañera Susanne Wuest encarna a la distante “madre” con despersonalizado aplomo, una decisión acorde con la modulación general oscura y opresiva de la historia. Pero inteligentemente, la actriz cede todo protagonismo a los gemelos, que al principio reclutan simpatías, pero en cuentagotas revelan su escamoteada perversidad.
Hay que aclarar que, como ocurría por ejemplo con la sueca “Criatura de la noche” (2008), no es un tipo de cine —no por lo que narra, sino más bien por la forma que elige- para ser disfrutado por cualquier paladar. Requiere de una predisposición muy especial. Pero introducirse en su laberinto vale la pena.