Good Time: Viviendo al límite

Crítica de Marcos Guillén - Cuatro Bastardos

Good Time – Viviendo al límite: Trepidante “road movie citadina” de los Safdie.

“Digo cualquier cosa, y después olvido. Tú lo sabes -sonríes-, pero yo sigo a tu lado en la desesperación que te procuro”.

Emily L (1987) – Marguerite Duras

Ha sido, personalmente, todo un hallazgo este film de los hermanos Ben y Joshua Safdie, que entendemos, en sus anteriores películas, han sabido visualizar las historias mininas con una cámara como impávido testigo, volviéndolos cultores del cine indie por antonomasia en las abarrotadas calles de la anónima New York. Y que ahora, de alguna manera, se suman a la cinematografía mainstream, aunque sin olvidar, por lo que he podido ver posteriormente, ese espíritu de independencia en cuanto a construcción de la historia y de los personajes. Hallazgo que nos lleva a renovar, también, nuestros votos con Robert Pattinson y la elección que ha venido haciendo de sus últimos proyectos como particularmente este, en el que brilla con una transformación actoral tan digna como jugada.
Ronald Bronstein y Joshua Safdie, sus guionistas, construyen una historia capaz de las miserias mas bajas como de los heroísmos menos convenientes, elaboran solapadas interpretaciones de la desesperación como motor, de la culpa como combustible y la tragedia de los nadie, los anónimos como ruta. Al inicio del film, esa primera escena juega una interesante primer mano, al mostrarnos al hermano de Coonie, Nick (interpretado por un increíble Benny Safdie) en medio de una sesión de terapia en la que no solo se muestra incomodo, sino también reticente a ser catalogado; anticipo decíamos, de algo que observaremos en el resto de los personajes. Ese ser, puesto en palabras que otros dibujan, no quiere que escriban lo que dice como otros no querrán ser interpretados por lo que ves.
Y entonces, Nick, es rescatado por su hermano, un casi desconocido, en lo físico y particularmente vocal, Pattinson, intentando llevarlo a una completa liberación que comienza con un robo. Una de las mejores escenas, eso está más que claro es el atraco, aunque no es la única que brilla en esta road movie citadina, si la que mejor plantea de manera casi hasta diríamos mordaz la aventura de los hermanos Nikas. Chapucero robo que deja entrever las capacidades de resolución de unos sujetos a la deriva de sus vicios y anhelos y que es el puntapié inicial de todo lo que ocurrirá luego, que está muy lejos de las reivindicaciones o los prejuicios de los directores y guionistas. Casi como si de un documental se tratara, es un retrato frío y metódico el que presenciamos, que con un elenco contundente nos proporciona un show de personajes dignos y sólidos. Somos testigos del descenso a los infiernos de uno y la anodina y casi miserable salvedad del otro que, sin lamentos ni pretensiones, exponen a nuestro criterio.
En fin, un film sorprendente que en su minimalista propuesta se vuelve una gran película, una capaz de conmover sin provocar y exponer sin ventilar las miserias humanas. Los hermanos son hijos de su desesperación, de sus ansias de libertad, de la construcción exquisita que hacen los directores. Perdida en la cartelera ante tanto tanque, es un film que brilla por luz propia y que sabrá hacerse un lugar en lo mejor de los estrenos, y si no, siempre habrá alguien dispuesto a dárselo en justa medida.